Una historia atemporal (Carnaval '18)

Viernes, 9 de febrero de 2018. Perdón, de 1970...
Salía del café de la mañana en el Pink's para ir al instituto. Gafas de sol, vestido de volantes y una cinta a juego en el pelo para un día de fiesta. 
Durante las primeras horas de la mañana habíamos estado decorando el gimnasio con globos y carteles de bienvenida. Bajaba a prepararme cuando recibí una llamada. La misión acababa de empezar. 
En los vestuarios se respiraba olor a colonia y laca. Me puse los calcetines, los tacones y el pintalabios. Cuidadosamente, cepillé mi melena ahuecada, lisa y negra, y me corté el flequillo hasta dejarlo perfecto. Colorete por aquí, polvos por allá. Al lado tenía a un grupo de girl scouts, con sus bandas naranjas y sus insignias perfectamente alineadas. Llevaban una banda en en pelo similar a las que yo usaba a diario, qué curioso. Crucé una sonrisa con ellas y salí de allí. 
Subiendo las escaleras con el sonido de mis tacones en cada peldaño, me crucé con dos chicos altos e imponentes. Nos conocíamos bien las caras. Intercambiamos una discreta señal, y pasamos de largo. 
Juraría haberme cruzado con tres aliens justo después... Que va, imposible.  
En el gimnasio ya esperaban sentados tres chicos vestidos de gala, con gorros de purpurina, corbata y tutús. Y a su lado, otra vez las scouts. Una de ellas, la más sonriente, hablando con... un plátano.
Les sonreí y me senté a su lado. Delante mía, una hippie con trencitas en el pelo y pantalones coloridos se sacaba fotos con un móvil de último modelo. Llevaba gafas redondas y los labios pintados de azul, muy llamativos. 
Empezó a sonar música de fondo en el tocadiscos, y con ella el desfile. Animadoras, policías y ladrones, marineras, gatitas, monos, una jirafa pareja de un oso... De todo.
Los aliens se habían acercado a nosotros en varias ocasiones, y aunque no revelaban su identidad, estaba claro que sí eran reales. 
Un ángel de grandes alas blancas también se pasó por allí acompañada de un demonio. Y he decir que se llevaban estupendamente...
Llegó la hora de los premios y todos nos llevamos alguno, lo cual celebramos con uno de nuestros últimos bailes. 
Después de unos minutos de gloria entre halagos y aplausos, salimos. Fuera soplaba el viento, e incluso caían algunas gotas de lluvia. Hicimos una pequeña hoguera y dejamos arder al protagonista en aquel día. El frío condensaba el aliento en el aire y erizaba la piel. Aún así, las fotografías continuaban horas después. 
Aquello llegaba a su fin cuando aparecieron de nuevo los dos chicos de traje y sombrero, con cara de pocos amigos. Cogí la pistola a uno de ellos y los tres posamos para la cámara, esquivando cualquier sospecha.
Después, volví a reunirme con el grupo. Todavía quedaba alguien por llegar, y yo sabía que ya estaba allí.  Cuando apareció delante mía me saludó con dos besos, sin dejar su aire interesante y marcharse sin decir más. Había cambiado mucho. En realidad, todos lo habíamos hecho. 
Pero sin duda, 1970 había sido mi año.

 

 
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