Un juego sin condiciones

Para cualquier otra persona hubiera pasado completamente desapercibido, pero no para mí. Allí, al fondo de aquella abarrotada cafetería, escondido detrás de un libro. 
Eran las ocho de la tarde del día de Nochebuena, y el barullo del local apenas permitía distinguir la música que sonaba de fondo. Hacía meses que no le veía, después de aquella pelea. Dudé dos segundos, pedí un refresco y decidí acercarme. 
Cuanto más avanzaba, más evidente era su gesto de desaprobación. Llevaba un gorro de lana del que salía alguna que otra melena y unas gafas grandes de borde dorado. Sin apenas gesticular, me hizo una seña con los ojos para que me sentara. Pero no lo hice. En su lugar, le invité a salir de allí. Los dos sabíamos que era la única forma de poder hablar, o por lo menos, de estar tranquilos.
Fuera soplaba el viento y había empezado a lloviznar. Me miraba con más odio que cualquier otra vez. Hubiera podido gritarle todo lo que aquel día me había guardado, pero no quise hacerlo. Quería verle empezar, adivinar qué tanto había cambiado, como  decían, para convertirse en un misterio a los ojos de todos.
En varias ocasiones había dejado sus ojos a la luz, brillantes, llorosos. Sabía cómo jugar a nuestro juego, cómo mover las fichas para hacerme sentir culpable. Sin embargo, no puede ocultar que me necesita si quiere ganar, y que por ello todavía le impongo respeto.
Entiendo que no pueda hablarme de amor con claridad, aunque no tendría mayor importancia si lo hiciera, pues conoce casi a la perfección mis sentimientos y sabe que cualquier cosa al margen de la partida me trae sin cuidado.  

 
  • No hay puntuaciones ¡sé el primero añadir una!