Mi camarero favorito

Hacía más de dos años que iba allí a pasar el verano. Málaga tenía algo especial, justo lo que necesitaba en aquella época del año. En principio siempre iba para ver a un par de amigas que había hecho allí en mi primera visita, aquella semana de julio. Y era verdad. Como eran hermanas pasaba aquellos dos meses en su casa. No éramos molestia, porque nos pasábamos el día en la calle. Muchas veces, con más amigos de su pandilla. No nos había hecho falta mucho tiempo para congeniar después de aquel encuentro casual, en una visita guiada al museo Picasso. El caso es que ellas siempre acababan consiguiendo un rato a solas con sus chicos, y ahí era cuando yo me metía en el Starbucks. Me encantaba aquel sitio, y tenía mis motivos. Cruzando la calle, y justo haciendo esquina. En una zona poco transitada, aunque muy cerca del centro de la ciudad. Cogia el sitio de siempre, pegado a la puerta, y entraba dentro. Allí estaba, como todos los veranos. Tan sonriente y calmado. Cada vez que nos vemos, recuerdo el día que nos conocimos, cuando se había equivocado con mi pedido. Me saluda con una caricia en la mejilla y un par de besos, y me pregunta que tal por Madrid. -Lo de siempre, porfa. -Claro, marchando un Cappuccino Freddo para la señorita. Normalmente, me da mi café y voy a tomarlo fuera. Pero si no está muy liado, sale a fumar un cigarrillo y se sienta conmigo. A veces, incluso me invita a algo de comer, como un brownie o un donuts. Él se llama Fran, como bien dice la identificación que cuelga de su uniforme, y tiene veinticinco años, dos más que yo. Es moreno y delgado, peinado siempre con el flequillo a un lado. Nuestras conversaciones en la terraza siempre se algargan, a veces demasiado. Él dispone de veinte minutos de descanso, pero si el tema le interesa, se queda conmigo un rato más, sin importarle la bronca que reciba luego. Y aunque gran parte de las veces discutimos sobre su adicción al tabaco, su compañía es de lo más agradable. Tenemos una relación de amigos, sencilla, a plazos. Más concretamente, mes y medio por año. Aunque a veces querríamos más. 

 
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