Me, myself and I.

SARA. Sólo cuatro letras. Corto y simple, pero bonito. En hebreo significa "princesa", pero de eso tengo poco. Nací en mi mes favorito del año, a día dieciseis. Trece años después, encontré por casualidad a otra versión de mi, a un hermano de distinta madre. Solo me queda un amigo de los de siempre, que catorce años después es de lo peor que podría perder. Tengo unos pensamientos infinitos y una imaginación desmedida. Yo no pertenezco a ningún sitio, mi corazón sí. En el viaje a Francia se rompió el primer cachito, y desde ahí voy dejando un poquito de mi en cada sitio que piso. Veo ese algo en todas y cada una de las personas que se me ponen delante. Soy como whiskey en una taza de té,  y a veces echo a gente de mi vida sin dar mayor explicación. Tengo suficiente sangre fría y poca verguenza para decir "No" a la cara una, dos y tres veces si hace falta. Lo se, todavía quedan matices que perfeccionar... Estoy trabajando en ello. Heredé el carácter y la fuerza de mi padre. En América me obsesioné con el gimnasio y las pesas, todos los miércoles y domingos durante ocho o nueve meses. No había mejor manera de hacer callar al mundo. Debajo de mi cama no se si habrá algún monstruo, pero sí hay un cajón lleno de recuerdos. Le tengo mucho miedo al olvido, por eso llené un bote con lo mejor de cada día durante más de dos años. Sin saltarme ni uno sólo. Porque creo en el valor de las cosas insignificantes y en la importancia de los detalles. Es relativamente fácil dejarme sin aliento y Lidia lo sabe. A veces, me fatigo solo con subir las escaleras y necesito inhalar 500 microgramos de sulfato de terbutalina para poder respirar, por esa razón atletismo fue uno de los mayores retos a los que me enfrenté. Las dos medallas por el relevo de una milla y la carrera de dos millas demostraron con creces el lema de que "si se quiere, se puede". Me llevo la sonrisa a todas partes, y si la pierdo no tardo mucho en recuperarla. No puedo evitarlo, incluso en las peores situaciones. El amor propio va antes que cualquier otro. Hablo bastante, mucho, quizás demasiado...Siempre encuentro algo que decir. Ojalá poder pasarme la vida leyendo y viendo películas en versión original, aunque ir a clase tampoco está tan mal. De hecho, siempre me gustó mucho. El verano acababa conmigo, y el primer día de clase, por muy raro que suene, era de los más esperados del año. En la lluvia, el viento y la niebla está mi inspiración. Le hago fotos de imprevisto a mis amigos constanmente por miedo a que un día nos olvidemos de esos días. No tengo miedo a dejarlo todo y marcharme lejos, de hecho, vivir en Estados Unidos me cambió la vida. Tampoco de cambiar de amistades y conocer gente nueva. Cuanta más, mejor. Hacer amigos no suele ser un problema. Hay gestos que hablan un idioma universal, que se entienden aquí o al otro lado del mundo. Escucho muchísima música diferente y repito algunas canciones en bucle hasta que me aprendo la letra de principio a fin. Últimamente, paso el tiempo hablando sola y dejando amigos por el mundo adelante. No me gustan las matemáticas, ni dibujar, ni la playa. Prefiero el arte, escribir, y la pista de atletismo. Tiempo pasado con mi hermano, es tiempo de risas infinitas. Coleccioné vasos de Starbucks durante mucho tiempo, cada uno con un nombre falso distinto. El té, mejor de frambuesa y con tres cucharadas de azúcar. Me encanta disfrazarme y actuar, llevo el drama en las venas. Pero a veces se me escapa y... Me ilusiono con una palabra, un gesto o un mensaje. Me gusta mirar arriba por las noches y hablarle al otro lado del atlántico, porque allí dejé una familia. Escribí una serie de relatos sobre el viaje de fin de curso a Italia porque fue un viaje digno de ser recordado con detalle. La gente suele destacar mi madurez, pero ese mérito es todo de mis padres. Todos mis relatos, sin excepción, esconden alguna pista y van inspirados en alguien. Sin inspiración no habría historia. Y sin historia, no estaríamos aquí.

 
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