LA NOSTRA FAMIGLIA VI (La Toscana 2018)
- Por saramillor
- El 04/07/2018 a las 17:57
Penúltimo día de nuestra aventura. La única mañana tranquila que tuvimos. Si nos dieron dos horas y media de tiempo libre, dos horas y media pasamos en una cafetería. Y no, no fue aburrido. Era necesario, para hablar, desahogarse, escuchar música y simplemente disfrutar de la compañía. Aprovechando el total look en azul de Adri, algunas fotos a juego con el cactus que adornaba la entrada. Ellos, que tanto se quieren, cubiertos bajo el mismo pañuelo. Habían caído cuatro gotas después de muchos días de sol, y eso nos pilló desprevenidos y en ropa de verano. Aún así, era mayor el frío que no había con que calentar. Fotos simbólicas por las calles viejas, paseos de la mano y besos suaves en la cabeza.
Por la tarde, subir en tren a lo más alto y sumergirnos en el encanto de un pequeño pueblo. Un viaje corto y lento que dio mucho en qué pensar. Eso sí, valió la pena. Montecatini Alto guardaba colores vivos, plantas y jardines de ensueño dentro de pequeños caminos entre multitud de casitas. Por allí, un recorrido en solitario hasta ver las mejores vistas de la ciudad. Un árbol con nuestro día escrito en su corteza. Un sólo banco en el que sentarse a pensar. Unos insectos mitad mariposas mitad moscas. Tiendas de cerámica y souvenirs. Batidos de frutas con tropezones. Fotos de azul y de rosa. Vías del tren antiquísimas. Fotos de grupo en el espejo de la estación. Y todo junto, una inconsciente despedida a la última semana todos juntos.
Por la noche, el caos. Gritos, peleas, momentos a solas y golpes que acabaron en la necesidad de salir de allí. De tomar el aire. Y así fue, aunque en grupos improvisados y divididos.
Eran casi las once en la terraza de aquel bar. En la mesa, cinco cola-colas y un agua. Los móviles, todos guardados y las bocas no estaban por callarse. Sí, hubo conversación para dar y tomar. Y también discusión. Urgía solucionar algunos temas, ya. Antes de volver a España, antes de tener que despedirnos. Y conflictos había para todos, pero soluciones puede que no. Así llegaron las doce de la noche y nosotros al hotel, directos a la segunda planta para acabar de dos en dos encerrados en el baño, como única alternativa para escuchar ambas partes y hablar. Simplemente eso.
Media hora más tarde no se que pasaría en otras habitaciones, pero de la 210 uno salió hundido y el otro dijo que en un rato volvía, pero se fue toda la noche. El número de personas que aquella noche durmieron allí rondaba entre cinco y siete, y la música de fuera había dejado de sonar.