LA NOSTRA FAMIGLIA V (La Toscana 2018)

Día 5 en Montecatini. Con alguna foto de ayer de fondo de pantalla veía la hora en el móvil. Las ocho. Hora de levantarse... Cinco minutos más, el cansancio ya empezaba a acumularse. Mucho andar y poco dormir. Mismo café amargo, mermelada de fresa, compañeras de mesa y a esperar cola.
Siena nos esperaba con los brazos abiertos. Helados compartidos de pistacho, bombón y avellana de la tienda de Lindt, un amigo con problemas para subir escaleras, pamelas elegantes y poses de imprevisto. Sí, una mañana peculiar. Una visita a la ciudad entre secretos, fotos de grupo y algo ligero para comer en la mejor compañía. 
San Gimignano quería, con o sin motivo, que aquella tarde fuera de dos. Recorrimos desde un baile de banderas en la plaza central hasta lo más alto de aquel pueblo medieval. Y así contemplar lo que él describió como "La Toscana que sale en las películas". Y yo estaba totalmente de acuerdo. Aquella escena era de película. Entonces seguimos caminando y empezaron las reflexiones hirientes y alguna que otra hipótesis, por lo que lo mejor fue lo que pasó. Hacer del dúo un cuarteto. Entonces sí. Caminando durante bastante tiempo llegamos a una especie de castillo. Y entre la maleza encontramos una flor, que iba a ser para ella pero acabó siendo para él. Entonces por fin nos reimos un poco. Y seguimos sin rumbo hasta llegar al desfile medieval, para contemplarlo durante unos minutos. Pura vida para sus calles. Poco después los cuatro nos sentamos en una fuente llena de monedas, enfrente de un puesto de diademas medievales. Ella abrazada a su pierna mientras él le acariciaba el pelo... Él y yo no teníamos ganas de conversación.  
De vuelta en el autobus, el ambiente estaba relativamente calmado. También es verdad que del calor me había sangrado la nariz y estaba un poco aturdida. Ya en Montecatini, subimos un rato a la piscina a liberar tensiones. A cenar y todos bienvenidos a la fiesta de cada día, sin habitación fija. Hoy tocaba en la nuestra. Jugar un rato a hacer equilibrismos en la cama, sentarse en la ventana a respirar el aire y editar las fotos de ese día y algunas atrasadas. 
Por pura diversión, aquellas cuatro paredes acabaron en peluquería. Tanto nosotras como ellos con rímel, sombra de ojos, labios pintados y alguno que otro con ropas ajenas. A la una de la mañana, el sitio no era suficiente. Pero daba exactamente igual, de allí no se movía nadie.
Y así fue como un día que dio mucho que contarle a la almohada acabó siendo uno de esos que recuerdas con nostalgia y sin esfuerzo. 

 

 
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