LA NOSTRA FAMIGLIA III (La Toscana 2018)


Viernes, 15 de junio. 
La rutina se repetía. El desayuno había pasado a ser un bote común para tener fruta y zumo medianamente natural, cansadas de siempre lo mismo. Chicas con recursos, siempre. Hoy tocaba volver a Florencia, esta vez para conocerla bien a fondo. En grupo, formando parte de un juego. Y qué juego. No había andado tanto en mi vida. Sin rumbo fijo. Con un calor agobiante y no precisamente con el calzado más apropiado. Subir una cuesta interminable para llegar a un fuerte sin salida, volver por nuestros propios pasos y consultar con Google y la mitad de la población para no tachar casi ninugno de los objetivos. 
Preciosas las vespas, las bicis y los tiovivos, por cierto.
Una cuatro quesos y mucha agua para recuperar, dando la rutina fitness por más que satisfecha.  Pero eso no era todo... Un helado de fresa en tarrina y dos horas de tiempo libre para curiosear tiendas de vinilos y discos de grupos legendarios, algún que otro souvenir y pinturas al estilo pop art que nos dejaron con las ganas.
Pudiendo haber visitado el resto de la ciudad, nos decantamos por otra alternativa. Quizá una de las mejores de toda la experiencia. Visitar la galería Uffizi, pudiendo disfrutar de las obras de arte de Botticelli y aprovechando para hacer alguna foto por los increíbles pasillos del edificio, bajo la mirada perdida de la diosa Venus.
Visitar un sitio así con quienes aquellos días hicieron de papá y mamá, en un grupo reducido pero más que suficiente, fue algo que recordaré siempre cuando vea nuestra foto de grupo en lo más alto, rodeados de la majestuosidad de una ciudad como Florencia.  
De vuelta al hotel ya se oían risas al otro lado de las paredes, pisadas por los pasillos, petar a la puerta para pedir ropa y maquillaje, gente pidiendo un secador de pelo... Hoy se salía. 
Pero por tan largo recorrido, pagaba las consecuencias quedándome en la habitación reposando la pierna, aunque no por eso iba a quedarme sin risas. Por el grupo de WhatsApp corría un rumor de fiesta en la 210 que terminó por dejarme descansando en la mejor compañía hasta que volvió el resto del grupo, vestido de gala y con ganas de salseo.
De las doce en adelante, el cielo italiano y los vecinos de la calle de enfrente fueron testigos de que no, esa noche mucho tampoco dormimos. 

 
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