LA NOSTRA FAMIGLIA II (La Toscana 2018)
- Por saramillor
- El 27/06/2018 a las 19:25
Después de un pequeño paseo nocturno por el centro de la ciudad donde después de haber lanzado monedas a la fuente hubo descubrimientos, fotos y sobre todo mucho amor, tocaba descansar un poco... O por lo menos intentarlo. Si hubo algo insano esa semana fueron las noches. Menos mal que las habitaciones eran de cuatro, que no se podía hacer ruido por los pasillos, que había más gente en el hotel, que al día siguiente madrugábamos...
Jueves, 14 de junio.
A las ocho de la mañana sonaba la preciosa melodía de alarma que Adriana nunca escuchó, pues no conoceréis a alguien con el sueño más profundo. Diez minutos más... Y al final hubo que acabar vistiéndose con prisas y duchándose al acabar de desayunar. Era previsible. Con el cuento, llegamos de las últimas al comedor. Solíamos decir que lo bueno se hace esperar...
Tostadas con mermelada, nocilla, croissant, café y zumo. Charlas de siete sobre intercambio de armarios, lo cual resultó muy beneficiante para todas. Un poco de maquillaje, banda en la cabeza, gafas de sol y la llave de la habitación siempre a buen recaudo.
Hora y media de bus para editar fotos y para cabezadas que compensen una noche sin dormir. Florencia y sus preciosos edificios de alturas y magnitudes surrealistas nos esperaban. Cúpulas que daban vida a las retinas, mosaicos que jugaban con la percepción de los cuerpos y formas geométricas, calles estrechas que llevaban a los rincones más desapercibidos de la ciudad...
Una vez nos llenamos la vista de verdadera arte, tocaba llenarnos el estómago. Para el primer día tocaba un restaurante italiano que quedó casi al completo cuando entramos en masa el grupo entero. Unos espaghettis a la carbonara muy salados y un queso de cabra rosa marcaban nuestro primer contacto con lo más típico de allí. Un helado en forma de flor y otra caminata hasta llegar a una de las obras más magníficas de la historia: El David, de Miguel Ángel. Diez minutos no son suficientes para apreciar todos y cada uno de sus detalles...
Cambiando la perfección por la imperfección, recorrimos las calles más antiguas, los puentes, los artistas callejeros, las casas cuyas paredes ya desprendían pintura, las acuarelas de dos buceadores que se escondían por los espacios más remotos y que nos mantuvieron intrigadas hasta el último día. Pintados sin sentido aparente, sin relación común.
Por la noche, de vuelta en el hotel, tocaba cambiar de habitación. Ronda de masajes con crema solar y cotilleos. Aprovechar que no está para cogerle el reloj, como de costumbre. Porque quieres, porque te gusta el juego, porque sí. Salir al balcón a respirar un poco de aire fresco, y consolar a un amigo por no saber consolarte a ti misma.
Tantas cosas en que pensar, y aún así quedarte dormida pensando en nada.
Continuará...