La inocencia arrebatada.

10 de septiembre. 17:38.

Escribo desde la terraza de mi casa, tecleando lentamente. Cada dos por tres me detengo y reparo en las voces que gritan a mis espaldas. Son mis primos, de 7 y 10 años, correteando por el jardín junto a otros niños de su edad. “Piedra, papel, tijera. Piedra, papel, tijera” Juegan al escondite, tocan el piano, ríen a carcajada limpia. “tres, dos, uno...“¡ya!” Se esconden entre los arbustos intentando aguantarse una risita pícara, para luego salir corriendo. “¡Te pillé!” Me recuerdan mucho a mi infancia, igual de inocente y feliz. Simplemente veo niñas jugando con niños, sin prejuicios o discriminaciones. Sin mayor rol que el de ser niños.

Como mujer, me veo en la obligación moral de ser un ejemplo a seguir para las niñas de mi entorno. Así lo he hecho siempre y así lo seguiré haciendo, pero últimamente mi misión se ve obstaculizada constantemente por una influencia imparable y enormemente poderosa: El acceso a Internet a cualquier edad. Creo que no solo les ha quitado a estos niños los años más bonitos de su infancia, sino que también ha acabado con la inocencia de los que son algo más mayores.

Todavía sigo sin tener muy claro el origen (para ser honestos, tampoco la necesidad) de estos comportamientos, pero en varias ocasiones he visto niñas de 14 o 15 años dejándose manosear por un compañero de clase en los recreos. Sigo cuentas en Instagram de vecinas menores repletas de fotos semidesnudas o provocativas, stricto sensu. Intentando causar sensación compitiendo con otras niñas cuando lo único que hacen es objetivizarse a sí mismas. Saliendo los fines de semana e ingiriendo ingentes cantidades de alcohol para un organismo todavía en desarrollo. Con una constante necesidad de publicar todos y cada uno de sus planes de ”pareja”. Y permítanme el entrecomillado, pero me resulta verdaderamente complicado definir como tal este tipo de relaciones a tan temprana edad. 

Sin ir más allá, hace un par de días escuché el audio de una quinceañera en el cual contaba entre risas sus peripecias de la noche anterior. Al parecer, había bebido tanto que solo recordaba algunos detalles de aquella noche, y se había despertado con el pantalón roto en la rodilla y un moratón en la cara. 

Veo constantemente un afán por enseñar a estas niñas desde pequeñas a bailar, vestir y maquillarse de forma acorde con su entorno pero desde luego no con su edad. Acorde con todos esos Tik Toks que ven por las tardes en vez de dibujos animados. Vídeos de YouTube que acaban reproduciendo sin darse cuenta, pulsando la pantalla al azar. Utilizando redes sociales sin entender sus peligros, y mucho menos sus consecuencias. Comportamientos que de tanto visualizar, acaban normalizando, y que además terminan afectando a sus estudios. No pretendo generalizar, pero ambas cosas suelen ir ligadas. Estas preadolescentes que tanto presumen de llevar una vida de adultas son en muchas ocasiones las mismas que repiten tercero de la ESO con cinco asignaturas suspensas. Que además, pecan de falta de modales y escriben con faltas de ortografía que dañan seriamente la vista. Mi pregunta es: Si tan maduras son para salir, beber y actuar como personas adultas, ¿lo son también para asumir las consecuencias de sus actos? 

Pienso en calificaciones por debajo de la media, rutinas tóxicas, padres con los ojos vendados que siempre las verán como seres de luz. Pienso en inocencias arrebatadas, pero arrebatadas voluntariamente... Qué pena.  

 

 

 

 
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