Sobre cuidar la imagen y amparar la tradición.
- Por saramillor
- El 01/11/2020 a las 18:27
- En Hablemos
Por la presente apelo a la generación del progreso, la diversidad y la tolerancia para reclamar un minuto de gloria. Vengo en nombre de la otra mitad de su historia, esa que omiten con tanta facilidad en sus cortos sobre la generación Z y demás propaganda selectiva. La otra cara de una moneda oxidada. La culta y elegante, a la vez que crítica y constructiva. La reservada, que sabe callar cuando procede y ante la pérdida de intimidad opta por el eufemismo. Vengo en nombre de los moderados y caballerosos, guardianes del respeto y los modales, valores que hoy vagan huérfanos por su campo de batalla.
Creo fervientemente que la verdadera revolución nace de destacar entre la multitud. De una mente culta, formada y brillante para la que una buena imagen se pueda permitir el lujo de ser el complemento ideal. Por ello me declaro férrea defensora de las tardes de lectura, las visitas a museos y el café en cafetera italiana. De las conferencias de dos horas, los programas de radio y la batalla cultural. De leer la prensa en físico y escribir a mano, en un intento de preservar esos pequeños detalles capaces de devolvernos a épocas previas a nuestra existencia. Del culto, la oración y lo sagrado. Y si verdaderamente apuestan por la tolerancia, aceptarán también al que cree en aquello que no ve. Ese progreso que nos quieren vender semeja hoy día un contrato escrito con tinta envenenada y letra pequeña, que entre líneas presagia destrucción y denigración moral. La sociedad moderna sufre de amnesia. Olvida que si ha llegado a donde está, ha sido gracias a quien antes sembró su camino. Un camino que en ocasiones se desvía, pero continúa. Por ello, dejen de tachar todos aquellos valores que poco a poco han demonizado injustamente, y que todavía tienen cabida en nuestros días. Los mismos que, de no haberse perdido, hubieran evitado, o al menos paliado, tal degeneración y falta de principios. La remodelación de la belleza hasta convertirla en aberración. La revolución que más que al empoderamiento lleva a la denigración. Frente a eso, le pese a quien le pese, quedan las familias felices y numerosas. Los domingos en misa y las bodas por la iglesia. Historias donde el amor romántico sí tiene cabida, y relaciones que no necesitan cambiar los roles establecidos.
Las señoritas liberales, del centro y de la derecha somos tan mujeres como ustedes. También somos revolucionarias y nos sentimos empoderadas. Tanto que nos pintamos las uñas, llevamos faldas y vestidos, tacones y bisutería. Pañuelos y medallitas. Nos maquillamos y cuidamos nuestra imagen, y a veces incluso nos arreglamos más de la cuenta. Vemos estos detalles como una muestra de educación y no como un intento de infravalorarnos. En ocasiones optamos por no llevar escote, y no por eso estamos oprimidas. Permitimos que nos abran la puerta y nos cojan el abrigo, y eso no nos hace sumisas. Aceptamos halagos, pero nos damos a respetar. Somos finas, pero no frágiles. Por delante del físico llevamos el espíritu crítico, la inteligencia y la modestia. Porque la feminidad no es tóxica, al igual que tampoco lo es la masculinidad. No hace daño ni nos relega a un segundo plano. No concebimos el odio generalizado hacia el hombre porque nos complementamos con él. Es más, ellos son la prueba de que la virilidad de la que ustedes huyen no es dañina por norma. Un hombre en traje y corbata no es sinónimo de superioridad. Un hombre fuerte e imponente no es icono de masculinidad tóxica, al igual que uno reservado y chapado a la antigua no es un un antiguo ni un neandertal. Igual no nos véis en manifestaciones el 8M, porque la lucha por el respeto va por dentro. Dándonos a respetar como individuos, pues nuestros méritos hablarán por nosotras. Pueden hacer caso omiso de nuestra existencia, pero recuerden que el mundo es un puzzle cuyas piezas colocamos de diferente manera.
Cuando nos mencionen en su lista de cosas que no ser, escupan su odio hacia otro lado, por favor.