El idioma en la sangre (Ganador concurso literario)

Mi querida Nadia. Al fin reúno el valor el valor suficiente para enviarte una carta que llevo meses redactando, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Supongo que cuando leas esto estarás el algún lugar remoto del planeta, refugiada en la naturaleza y sin rumbo fijo. En primer lugar me gustaría pedirte que no te sientas mal por no haberte despedido, entiendo que solo eres un alma libre deseosa de escapar. Me has pedido que te deje ir y eso haré, pero no sin antes dejar constancia del impacto que tus ojos café y tu personalidad explosiva han tenido en mí y en mi familia.
El libro que te regalé por tu cumpleaños es de mi escritor favorito y cuenta una historia parecida a la de tus padres, sé lo mal que te sentó su divorcio y pensé que te gustaría recordar sus momentos felices. De los nuestros tengo una colección de Polaroids en la pared. Todavía guardo los billetes de avión a Florencia y Ámsterdam, tus destinos favoritos en Europa. Se que esos vuelos te quitaron las ganas de volver a volar pero por favor, no importa de la mano de quien vayas pero nunca dejes de hacerlo. Estás hecha para explorar y descubrir sin ataduras. No sabes lo afortunado que me siento de que España haya sido uno de los destinos de tu  año sabático. Lo que me enamoró de ti no fue tu fisico, ni tu dinero, ni tu procedencia. Fue tu mente inconformista, tu espíritu salvaje, tus ganas de vivir. En seis meses viviendo bajo el mismo techo te ganaste un sitio en mi familia. Compartiste tus costumbres musulmanas con nosotros y aprendiste de las nuestras. Incluso me dejaste que por una vez fuera yo el que te guiara en tus viajes. Nos has enseñado a apreciar lo que tenemos y a dejar ir aquello que no es para nosotros o no nos hace bien. La verdad es que tú me haces mucho bien, pero no eres para mi. Y saber aceptar eso me permitió disfrutar de todo lo que tenías para darme hasta el día en que se me escurrió de las manos. En parte me alegro de que no hayas alargado tu despedida porque no hubiera sido capaz de dejarte marchar mirándote a esos ojos. Si alguna vez te encuentras en un punto muerto y no sabes donde ir, siempre serás bienvenida en casa. A mi madre le encantaría que probaras su receta de tarta de queso y mi padre ya no sabe a quién hacerle sus bromas sin gracia. Incluso mi hermana me cotillea el móvil para ver si aún hablamos. Todavía no he sabido cómo explicarle que, como bien me dijiste, no puedes estar viviendo dos vidas al mismo tiempo y que esa es la razón por la que me has pedido que no intente contactarte. Te pido que me perdones por no haber cumplido mi promesa y haberte escrito esto. He de confesar que algunas noches de verano intento tapar la luna con el pulgar como tú me enseñaste, y se que para que eso se cumpla no importa en qué parte del mundo estés. Supongo que todavía tengo la esperanza de que tú estés haciendo lo mismo… Y sin más hacerte sufrir me voy despidiendo. Allá donde la vida te lleve, recuerda siempre que tus éxitos son los míos también. Con amor, Andrés.

Lo que Andrés no sabía todavía era que en Pakistán había estallado una guerra como otras muchas de las que Nadia había tenido la suerte de escapar. Ese era el verdadero motivo por el que se había marchado lejos por un tiempo, con el poco dinero de sus padres. Alcanzada por una bomba, yacía en el suelo ensangrentada e inmóvil. Miraba sin parpadear a un cielo gris en el que con tanto humo no conseguía ver esa luna de la que Andrés le hablaba. En la mano todavía sujetaba su carta, y por su mejilla se escurría una lágrima mientras le dedicaba un último suspiro lleno de dolor y amor amargo.

 
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