Entradas de saramillor

  • El resurgir de un fénix adolescente

    Nacho no es un chico como otro cualquiera, os lo juro. A simple vista puede parecerlo, pero en realidad es una caja de sorpresas de corroído resorte. Conocerlo bien no es tarea fácil, pero vale la pena. No tiene demasiadas amistades, pero espera todas las noches a que su madre llegue del trabajo. A las once de la noche le tiene preparadas unas cuñas de queso con embutido, membrillo y una copa de vino. Suelen hablar de pie hasta cansarse, y solo entonces se van para cama y prosiguen con sus respectivas lecturas, iluminados por la tenue luz de un candelabro.

      Ferrolana de nacimiento y espíritu inconformista, Blanca lleva toda una vida dedicándose a los demás. Fue percebeira desde muy joven, pues alguien tenía que hacer llegar el dinero a casa y el pan a la boca. En sus años de juventud, después de mucho ahorrar, se fue a la capital a estudiar traducción. Le dieron una beca, pero el alquiler no se pagaba solo. Lo suyo fue pura vocación, como hoy en día ya no se escucha. Unos años después tuvo un hijo sin estar casada, lo que la convirtió en el hazmerreír del pueblo. La historia se expandió como la pólvora, hasta tal punto que las señoras más finas le negaban la paz en misa. Tanto fue así que terminó por alejarse de la vecindad para centrarse en su hijo. Mientras su marido navegaba, ella le cogía los bajos a las faldas de las niñas por cuatro duros. Vigilaba a Nacho con un libro en una mano y un rosario en la otra, siempre con la angustia a la espalda. Aquel hombrecito fuerte de mirada noble observaba con lupa todo lo que para el resto pasaba desapercibido. Con cuatro años ya sabía hacer sus primeros nudos marineros, con los que recibía cada noche a su padre. Aquella mirada llena de alegría era el vivo reflejo de un inmenso potencial, que florecería años más tarde con su especialización en lengua sánscrita. Ya de los de su quinta fuera el primero en aprender el catecismo y el último en olvidar los versos de María Victoria Moreno. Siempre observador, meticuloso y preciso como un reloj.

    Blanca es, en parte, la razón por la que Nacho vive para leer, pues entre los dos construyeron su santuario particular: una biblioteca. Como no podían permitirse comprar libros nuevos, limpiaban las cubiertas y cosían los lomos para luego clasificarlos en estanterías de madera al lado de la chimenea. Aquella era su única fuente de calor, y los libros; el mayor de sus disfrutes.

    Breogán, su padre, siguiera la misma línea humilde y tradicional. Único varón de cuatro hermanos. Una mañana de invierno encontró un par de maletas en la puerta, pues se negara a seguir los pasos militares de su padre, algo impropio de un hombre. Prestó servicio militar en África y trabajó en los astilleros de Ferrol, al lado de su gran amor: el mar. A Blanca la conoció en sus años de juventud. Aquella chica esbelta de cabellos negros y voz de sirena que a menudo paseaba por el muelle fue la causa y la consecuencia de que la vida retomara su sentido. La noticia de una criatura en camino lo estremeció, no sabe si por la nostalgia de pensar en los futuros abuelos o por la responsabilidad que suponía asegurar una ración más en la mesa.

      Contra todo pronóstico, Nacho creciera felizmente entre anclas y gaviotas, comprando helados en el puesto del Náutico y construyendo relojes con la arena de la playa que luego emplearía como medida de tiempo para la vuelta a tierra de su padre. Por supuesto, aquel método resultaba poco fiable, pero desde su inocencia semejaba una gran idea. Más allá del sabor a marisco con sabor a algas y sal marina, en casa nunca tuvo conocimiento de grandes lujos. Así se nutrió del árbol de la felicidad. Fue al comenzar en secundaria, en el centro de la ciudad, cuando todo se volvió gris.

    - Es que tienes que saberlo todo? Tanta perfección me agota.

    - Nacho, eres un aburrido. Nunca quieres hacer nada. Ya vamos teniendo una edad, salir de fiesta es de lo más normal.

    - Pensar a largo plazo? Déjate de tonterías. Disfruta del hoy, Nacho, la juventud es un tesoro efímero y pasajero.

      Pero yo conozco muy bien a Nacho, incluso me atrevería a decir que mejor que nadie. Y puedo aseguraros que no era ningún loco, sino todo lo contrario. Sabía que todos esos vicios que incesantemente llamaban a su puerta no eran más que tentadoras distracciones en el camino del éxito. Había leído suficientes libros y escuchado suficientes testimonios para llegar a la conclusión de que podía prescindir de todas esas supuestas diversiones. Igual de consciente era de que, por supuesto, esto tenía un coste de oportunidad: la pérdida de amistades. ¿Valía la pena? Lo cierto es que nunca lo tuvo muy claro, pero solía creer que sí. Además, era todo un aficionado a los refranes populares. “Quien con lobos anda, a aullar aprende”, murmuraba de vez en cuando en un flaco intento de autoconvencerse. Esto le llevó a medir sus palabras, a cuestionarse cualquier comentario que llegara a sus orejas y a pasar más tiempo consigo mismo, sumergido en versos de otros tanto como en los suyos propios.

      En esta misma línea se movían la mayor parte de sus compañeros, como robots programados según un manual. Tan centrados en sus carencias y sus problemas del primer mundo que no eran capaces de ver más allá de unas fronteras muy delimitadas, donde ni la vida adulta ni el pensamiento a largo plazo tenían cabida. Los protagonistas de tan triste historia eran aquellos como Antía, que desfallece por llamar la atención en redes y va a veinte me gustas por minuto. O Victoria; ensimismada aún en las banalidades del instituto, más preocupada por el cotilleo que por selectividad. Carlos; distribuidor de alcohol y diversas sustancias de dudosa procedencia con los pulmones negros a los dieciocho. Falto de dinero para unas gafas nuevas pero siempre con suficiente para tabaco. Ramón; incapaz de meter una moneda al mes en la hucha porque la compra online se le va de las manos. Niñas de la quinta del 2005 que llegan a la adolescencia sin el más mínimo ápice de inocencia. Chavales con un altísimo potencial, voluntariamente aislados en una burbuja de confort y videojuegos. En los medios, manifestantes desatados que echan a perder las calles sin pararse a pensar en las consecuencias, como si no hubiera ley que estuviera por encima de ellos. En resumen, una generación nacida en un nido de plumas y algodones, con el biberón en la mano y la corona en la cabeza. Niñatos sin concepción de sacrificio, partícipes de la queja inagotable que llevan el vicio por bandera. Marionetas desprovistas de espíritu crítico, manejadas a su antojo por unos poderes corruptos hasta la médula. En adición a todo esto, la vigente política de bar y una tasa de paro juvenil que poco futuro prometía tenían a Nacho en un nihil novum sub sole constante, casi esperando un milagro. En medio de este desierto de pasotismo e ignorancia se encontraba él, aún consciente de un pasado lleno de pretextos en el que no veía más allá de su cigarro. Ahora quedaba aislado de todas esas nimiedad propias de la inmadurez. Absorto en la oratoria de Cicerón, subrayando los conceptos más relevantes a lápiz con sumo cuidado por si precisa recurrir a ellos en algún argumento futuro. Nacho, muy a su pesar, también formaba parte de esa sociedad de porcelana china.

      Fue la última mañana de curso de cuarto de la ESO cuando una especie de ángel de la guardia se acercó a él. Se trataba de la encantadora Agnès, la profesora de francés. Una mujer que rondaba los cincuenta, de pelo corto, fulares llamativos y sonrisa infinita. Nacho se disponía a recoger su material cuando, con un breve gesto, lo llamó a su mesa.

    - Mon cher élève, debes saber que estoy muy orgullosa de ti, y muy contenta por todo lo que estás consiguiendo. Fue un verdadero placer tener alumnos como tú este año, de verdad. Solo espero que no escuches esas voces oscuras que solo pretenden echarte hacia atrás, porque tienes un enorme potencial y una sensibilidad maravillosa. - hizo una breve pausa y lo miró fijamente-. Sé que algún día iré a una librería a comprar un libro tuyo.

      Aquellas palabras aliviaron su momentáneo dolor como el agua oxigenada cura las heridas. En aquella pequeña clase, pintada de verde y llena de pupitres, tomó conciencia de que, por extraño que le sonara, alguien velaba por él. De que, por fin, alguien ponía la mano en el fuego por su triunfo en la vida. Y de que no podía dejar que esa confianza se desvaneciera. Nacho tenía muchas misiones en la vida, propósitos llenos de ambición y deseo, pero su mayor misión era prosperar. En el colegio, en el trabajo, en casa y en el futuro. Como formado padre de familia y líder de importantes proyectos que aportasen a la humanidad un granito de arena, como aquellos que introducía de pequeño en sus relojes. Tan filosófico y soñador como él era, entendía el cambio como algo imprevisible e inevitable. Creía fielmente que las cosas pueden cambiar de forma mil y una veces, pero que aquellas que necesitamos estarán siempre a nuestro lado. Esa profunda reflexión era una de sus favoritas, y la replanteaba una y otra vez caminando por la orilla hasta encontrarle sentido pleno.

      El mar fue, durante la mayor parte de su corta existencia, una fuente inagotable de calma y protección. Pasara tantas horas al lado de aquella inconmensurable fuerza originada de las entrañas de la naturaleza que terminara dejándose guiar por ella. Sus sentidos, su alma y su instinto ya dependían del mar. De él se desprendió, muy a su pesar, al fallecer su padre, uno de tantos humildes y curtidos marineros devorados injustamente por las bestiales olas de Riazor. Dios sabe que aquel diciembre lloró tanto en la orilla que sus lágrimas se confundían con la arena. Sobrecogido por una amenazadora ausencia, buscó un nuevo hogar en el tesoro de las Rías Baixas. Allí siguió escuchando que estudiar humanidades no tenía salidas, que todo eso estaba anclado en el pasado y que acabaría trabajando en un puesto cualquiera sin gran remuneración. Pero Nacho se negaba a lidiar con la mediocridad, él siempre aspiraría a más. Así se lo enseñara su madre. Le pesaba dejarla allí sola, vestida de luto de los pies a la cabeza, pero a cada comentario desalentador respondía con un nuevo sello en el pasaporte: Montecatini, Lyon, Bristol, Texas… Pero siempre alguna fuerza invisible intentaba traerlo de vuelta. Cuanto más lejos estaba de su tierra, más morriña sentía por las noches. Volvió unos años después, tan solo como se había ido pero con el equipaje lleno de memorias, experiencias y conocimiento. Ahora era él quien relataba para su madre las historias del corazón de América, con la manos ligeramente posada en la suya.

      «El 11 de septiembre de 2001, una ingente cantidad de escombros cubría por completo los casi cuatrocientos árboles de la zona cero, provocando su muerte. Lo de las Torres Gemelas fue un desastre lleno de ironía, en el que el último ápice de vida allí encontrado es merecedor de unas sobrias líneas. Un peral de unos cuarenta años, por cuya recuperación nadie pagaba un centavo, volvía a florecer al ser cambiado de entorno. Me siento nostálgico porque precisamente ahí reside la fortaleza. A veces, el potencial es la llave maestra para la que el entorno es la celda. Por eso, desde aquí hago un llamamiento a todas aquellas personas deseosas de descubrir el color de su flor, para que pronto sepan cómo florecer.»

    A Blanca le quedaban pocas razones para sonreír, pero cerrar los ojos cada noche al sonido de las líneas de su hijo era medicina para su alma. Así transcurrió la ya tardía adolescencia de Nacho, leyendo e inventando historias para sacarle una sonrisa a la que siempre fuera la mujer de su vida. Fue a los veinticinco cuando, después de seis meses de aislamiento, publicó su primer libro: “Las horas del mar desde un reloj de arena”, sobre las peripecias de la faena en agitadas mareas y el ansia de volver al hogar. Pero, quizá porque no supo transmitir el mensaje a su público, el récord de ventas no superó los dos mil ejemplares. O quizá fallara otra cosa. Su mundo laboral se veía frustrado y por las noches no recibía otra visita que la de la incertidumbre. Fruto de la desesperación por vivir y ganarse la vida internó a su madre en una residencia, ya con principios de Alzheimer. Se prometió a sí mismo que la visitaría varias veces al año, le dió un largo y amargo beso en la frente y acto seguido cogió un vuelo directo a Berlín sin fecha de vuelta. En cuanto a la casa y la librería, esa que con tanto cariño construyeran, quedaran a manos de Dios.

      No llevaba allí ni dos meses cuando el amor llamó a su puerta. Hablaba alemán y era editora, lo cual captó de inmediato la atención de aquel admirable hombre perdido por los caminos de la vida. En cuestión de horas, cualquiera intención de de interés propio y malicioso se desvaneciera por completo. Charlotte era una mente brillante, ingeniosa y especialmente cautivadora. Además de unos vertiginosos ojos azules, tocaba el piano de manera angelical. Le hacía tartas de zanahoria y corregía todos y cada uno de los textos que Nacho le mandaba, anotando en rojo cualquier detalle a mejorar. De hecho, así fue como le pidió una cita. Cogidos de la mano pasearon por la Antigua Galería Nacional, enriqueciéndose a cada paso de la majestuosidad de sus obras, impregnándose de cada miligramo de cultura e historia que podían aprovechar. Aquella escapada dio comienzo a los rotundos éxitos de un equipo que semejaba invencible. Con ayuda de Charlotte, el segundo libro de Nacho salió a la venta en Alemania, donde no dejó a nadie indiferente. Literalmente. Convirtió a su autor en el “gallego prodigio” dotado de una elegancia narrativa digna de estudio. Su cuenta bancaria comenzó a sumar ceros y su rostro ocupó hasta la última portada de La Voz de Galicia: “Nacho Barroso; el talentoso gallego que ya triunfa en Alemania.” Nunca hubiera imaginado que sería una mujer berlinesa quien lo llevara de vuelta a sus raíces, dándole luz verde a aquella misión que aún seguía encerrada en su cabeza: la prosperidad. Tituló aquel best-seller “El resurgir de un fénix adolescente”, hablando por y para toda la juventud presa en una celda de papel, para que luchasen por un exitoso porvenir. Recaudó todo el dinero posible, le propuso matrimonio a aquella mujer que tan rápido se ganara un hueco en su corazón y volvió con ella a su estimado hogar, ajena a toda fama interesada. Charlotte, como alma libre que era, no se pensó dos veces su respuesta. Ni respecto a la boda, ni para abandonar su país. Tras algunas gestiones, incluso consiguió que su madre estuviese de vuelta en aquella humilde morada para ver crecer un proyecto tan ambicioso como fuera su librería. Los miembros de la familia Barroso, tanto en la Tierra como en el cielo, tenían por fin esa tranquilidad y felicidad que tanto merecían. Como bien dejó por escrito Nacho, mi queridísimo hijo, en la dedicatoria de su libro:

      «La moraleja de esta historia mía es que nunca estaremos mejor servidos que por nosotros mismos. Es bien sabido que las palabras se las lleva el viento, especialmente aquellas desalmadas que nos son ajenas, y que el futuro deseado está reservado para los grandes soñadores. Pero deben saber que este futuro tiene sus cimientos en la dedicación, el esfuerzo y la constancia, valores que aprendí de mi padre desde pequeño. Navega lejos y vuelta alto, marinero. El mar y el cielo son para ti.»

    ***

      Era una fría y amenazante mañana de septiembre, que coincidía con el decimoquinto aniversario del fallecimiento de aquel eterno héroe. Parecía que las olas bailaban al sonido del viento, del canto de las gaviotas y de la caracola que sostenía en el lóbulo de la oreja al tiempo que una lágrima salada mojaba su mejilla. Por mucho que creciera, para algunas cosas seguía siendo un niño. El calor de la mano de su madre se mezclaba con el sudor, sin que esto hiciera que se separaran. Blanca era ya una viuda canosa y deteriorada, cuyos recuerdos se perdieran por quién sabe qué rincón de su memoria. La escena invitaba a la nostalgia, pues era tan vívida que casi podían escuchar su voz grave y jovial invitándolos a seguir viviendo, a terminar de cumplir las misiones de la vida que a él le fuera arrebatada antes de tiempo. Fue en ese preciso instante cuando Nacho comenzó a resurgir, esta vez de verdad. Como el ave fénix, el peral de la zona cero, y como todas aquellas cosas que por naturaleza desprenden vida.

     

  • O rexurdimento dun fénix adolescente

      Nacho non é un rapaz coma outro calquera, xúrovos que non. A simple vista pode parecelo, pero en realidade é unha caixa de sorpresas de corroído resorte. Coñecelo ben non é cousa fácil, pero paga a pena. Non ten demasiadas amizades, pero agarda tódalas noites a que a súa nai chegue do traballo. Ás once da noite tenlle preparadas unhas cuñas de queixo con embutido, marmelo e unha copa de viño. Adoitan falar de pé no mesado até se cansaren, e só entón marchan para cama e proseguen coas súas respectivas lecturas, alumeados pola luz do candil. 

      Ferrolá de nacemento e espírito inconformista, Branca leva toda unha vida adicándose aos demais. Foi percebeira dende moi nova, pois alguén tiña que facer chegar os cartos a casa e o pan á boca. Nos seus anos de xuventude, despois de moito aforrar, marchou á capital a estudar tradución. Déronlle unha beca, pero o alugamento non se custeaba só. O dela foi pura vocación, como hoxe en día xa non se escoita. Uns anos despois tivo un fillo sen estaren casada, converténdose no faime rir do pobo. A historia estendeuse coma a pólvora, ata tal punto que as donas máis refinadas negábanlle a paz na misa. Tanto foi así que rematou por afastarse da vecindade para centrarse no seu fillo. Mentres o seu marido navegaba, ela collíalles os baixos ás faldas das nenas por catro duros. Vixiaba de Nacho cun libro nunha man e o rosario na outra, sempre cunha físgoa de desacougo ao lombo. Aquel homiño forte de mirada nobre ollaba con lupa todo o que para o resto pasaba desapercibido. Con catro anos xa sabía facer os seus primeiros nós mariñeiros, cos que recibía cada noite ao seu pai. Aquela ollada chea de ledicia era o vivo reflexo dun inmenso potencial, que florecería anos máis tarde coa súa especialización na lingua sánscrita. Xa dos da súa quenda fora o primeiro en aprender o catecismo e o último en esquecer os versos de María Victoria Moreno. Observador, meticuloso e preciso coma un reloxo. 

      Branca é, en parte, a razón pola que Nacho vive para ler, pois entre os dous construíron o seu santuario particular: unha biblioteca. Como non podían permitirse mercar libros novos, recolectaban todos aqueles que atopaban no lixo, ou na rúa, ou nas escolas. Era unha época escura para o saber. Arranxaban os danos máis visibles, limpaban as cubertas e enfiaban os lombos para logo clasificalos en estantes de madeira ao carón da cheminea. Aquela era a súa única fonte de calor e, os libros, o maior dos seus desfrutes.

      Breogán, o seu pai, seguira a mesma liña humilde e tradicional. Único varón de catro irmáns. Unha mañá de inverno atopou un par de maletas na porta, pois rexeitara seguir os pasos militares do seu pai, algo impropio dun home. Prestou servizo militar en África e traballou nos estaleiros de Ferrol, a carón do seu gran amor: o mar. A Branca coñeceuna nos seus anos de xuventude. Aquela moza esbelta de cabelos negros e voz de serea que a miúdo paseaba polo peirao foi a causa e a consecuencia de que a vida retomara o seu sentido. As novas dunha criatura en camiño estremecérono, non sabe se pola nostalxia de pensar nos futuros avós ou pola responsabilidade que supuña asegurar unha ración máis na mesa. 

      Contra todo pronóstico, Nacho crecera felizmente entre áncoras e gaivotas, mercando xeados na caseta do Náutico e construíndo reloxos coa area da praia que logo empregaría como medida de tempo para o retorno a terra do seu pai. Por suposto que aquel método resultaba pouco fiable, mais dende a súa inocencia semellaba unha gran idea. Máis alá do marisco con sabor a algas e sal mariña, na casa nunca tivo coñecemento de grandes luxos. Así nutriuse da árbore da ledicia. Foi ao comezar secundaria, no centro da cidade, cando todo tornou gris.

    • E que sempre tes que sabelo todo? Tanta perfección esgótame.
    • Nacho, es un aburrido. Nunca queres facer nada. Xa imos tendo unha idade, saír de festa é do máis normal. 
    • Pensar a longo prazo? Déixate de parvadas. Disfruta do hoxe, Nacho, a xuventude é un tesouro efémero e pasaxeiro. 

      Pero eu coñezo moi ben a Nacho, incluso atreveríame a dicir que mellor que ninguén. E podo asegurarvos que non era ningún tolo, senón todo o contrario. Sabía que todos eses vicios que incesantemente chamaban a súa porta non eran máis que tentadoras distraccións no camiño do éxito. Tiña lido suficientes libros e escoitado suficientes testemuñas para chegar á conclusión de que podía prescindir de todas esas supostas diversións. Igual de consciente era de que, por suposto, isto tiña un custo de oportunidade: a perda de amistades. Pagaba a pena? O certo é que nunca o tivo moi claro, pero acostumaba a crer que sí. Ademais, era todo un afeccionado aos refráns populares. “Quen con lobos anda, a ouvear aprende”, murmuraba de cando en vez nun fraco intento de autoconvencerse. Isto levouno a medir as súas palabras, a cuestionarse calquera comentario que chegara ás súas orellas e a pasar máis tempo consigo mesmo, sumido en versos de outros tanto como nas súas propias verbas. 

      Nesa mesma liña movíanse a meirande parte dos seus compañeiros, coma robots programados segundo un manual. Tan centrados nas súas carencias e nos seus problemas do primeiro mundo que non eran quen de ver máis alá dunhas fronteiras ben limitadas, onde nin a vida adulta nin o pensamento a longo prazo tiñan cabida. Os protagonistas de tan triste historia eran aqueles como Antía, que desfalece por chamar a atención nas redes e vai a vinte “me gustas” por minuto. Vitoria; sumida aínda nas banalidades do instituto, máis preocupada polo chisme que pola selectividade. Carlos; distribuidor de alcohol e diversas substancias de dubidosa procedencia cos pulmóns negros aos dezaoito. Falto de diñeiro para unhas gafas novas pero sempre con suficiente para tabaco. Ramón; incapaz de meter unha moeda ao mes na hucha porque a compra online váiselle das mans. Rapazas da quinta do 2005 que chegan á adolescencia sen o mais mínimo ápice de inocencia. Mozos cun altísimo potencial, voluntariamente aillados nunha burbulla de confort e videoxogos. Nos medios, manifestantes desatados que botan a perder as rúas sen pararse a pensar nas consecuencias, coma se non houbera lei que estivera por enriba deles. En resumo, unha xeración nada nun niño de plumas e algodóns, co biberón na man e a coroa na testa. Párvulos sen concepción do sacrificio, partícipes da queixa inesgotable que levan o vicio por bandeira. Monicreques desprovistos de espírito crítico, manexados ao seu antoxo por uns poderes políticos corrompidos até a medula. En adición a todo isto, a vixente política de bar e unha taxa de paro xuvenil que pouco futuro prometía tiñan a Nacho nun nihil novum sub sole constante, case agardando un milagre. No medio dese deserto de pasotismo e ignorancia atópabase el, aínda consciente dun pasado cheo de pretextos no que non miraba máis alá do seu cigarro. Agora restaba alleo a todas esas nimiedades propias da inmadurez, coma se o tesouro da adolescencia deixárao indiferente. Absorto na oratoria de Cicerón, subliñando os conceptos máis relevantes a lapis con sumo coidado por se precisaba recorrer a eles nalgún argumento futuro. Nacho, moi ao seu pesar, tamén formaba parte desa sociedade de porcelana chinesa. 

      Foi a derradeira mañá de curso de cuatro da ESO cando unha especie de anxo da garda achegouse a el. Tratábase da encantadora Agnès, a mestra de francés. Unha muller que rondaba os cincuenta, de pelo curto, fulares chamativos e sorriso infinito. Nacho dispoñíase a recoller o seu material cando, cun breve xesto, chamouno á súa mesa.

    - Mon chèr élève, debes saber que estou moi orgullosa de ti, e moi contenta por todo o que estás conseguindo. Foi un verdadeiro pracer ter alumnos coma ti este ano, de verdade. Só espero que non escoites esas voces escuras que só pretenden botarte para atrás, pois non son máis que froito da envexa. E que nunca deixes de ler, nin de escribir, porque tes un enorme potencial e unha sensibilidade marabillosa. ーfixo unha breve pausa e mirouno fixamenteーEu sei que, algún día, irei a unha libraría a mercar un libro teu. 

      Aquelas palabras aliviaron a súa momentánea dor como a auga oxixenada cura as feridas. Naquela pequena aula, pintada de verde e chea de pupitres, adquiriu conciencia de que, por estrano que lle soara, alguén velaba por el. De que, por fin, alguén puña a man no lume polo seu triunfo na vida. E de que non podía deixar que esa confianza se desvanecera. Nacho tiña moitas misións na vida, propósitos cheos de ambición e desexo, pero a súa maior misión era prosperar. Na escola, no traballo, na casa, no futuro. Como formado pai de familia e líder de importantes proxectos que aportasen á humanidade un gran de area, como aqueles que introducía de pequeno nos seus reloxos. Tan filosófico e soñador como el era, entendía o cambio como algo imprevisible e inevitable. Cría fielmente que as cousas poden cambiar mil e unha veces de forma, pero que aquelas que precisamos restarán sempre ao noso carón. Esa profunda reflexión era unha das súas favoritas, que replantexaba unha e outra vez camiñando pola ribeira ata atoparlle sentido pleno

      O mar foi, durante a meirande parte de tan curta existencia, unha fonte inesgotable de calma e protección. Pasara tantas horas ao carón daquela inconmensurable forza xurdida das entranas da natureza que rematara por deixarse guiar por ela. Os seus sentidos, a súa alma e o seu instinto dependían xa do mar. Del desprendeuse, moi ao seu pesar, ao falecer o seu pai, un de tantos humildes e curtidos mariñeiros devorados inxustamente polas bestiais ondas de Riazor. Deus sabe que aquel decembro chorou tanto na veira que as súas bágoas confundíanse coa area. Sobrecollido por unha ameazadora ausencia, buscou un novo fogar no tesouro das Rías Baixas. Alí seguiu escoitando que estudar humanidades non tiña saídas, que todo iso estaba ancorado no pasado e que remataría traballando nun posto calquera sen gran remuneración. Pero Nacho negábase a lidiar coa mediocridade, el sempre aspiraría a máis. A súa nai ensinárallo así. Pesáballe deixala alí soa, vestida de luto dos pés a cabeza, pero a cada comentario desalentador respondía cun novo selo no pasaporte: Montecatini, Lyon, Bristol, Texas… Mais sempre algunha forza invisible tentaba traelo de volta. Canto máis afastado estaba da terra, máis morriñento volvíase polas noites. Retornou uns anos despois, tan só como marchara pero co equipaxe cheo de memorias, experiencias e coñecemento. Agora era el quen relataba para a súa nai as historias do corazón de América, coa man lixeiramente pousada na súa. 

      «O 11 de setembro de 2001, una inxente cantidade de entullos cubría por completo as case catrocentas árbores da zona cero, provocando a súa morte. O das Torres Xemelgas foi un desastre cheo de ironía, no que o derradeiro ápice de vida alí atopado é merecedor dunhas sobrias liñas. Un peral duns corenta anos, por cuxa recuperación xa ninguén pagaba un centavo, volvía florecer ao seren cambiado de entorno. Síntome nostálxico porque precisamente aí reside a fortaleza. Ás veces, o potencial é a chave mestra para a que o entorno é a celda. Por iso, dende aquí fago un chamamento a todas aquelas persoas desexosas de descubrir a cor da súa flor, para que pronto saiban como florecer.»

      A Branca quedábanlle poucas razóns para sorrir, pero pechar os ollos cada noite ao son das liñas do seu fillo era menciña para a súa alma. Así transcorreu a xa tardía adolescencia de Nacho, lendo e inventando historias para sacarlle un sorriso á que sempre fora a muller da súa vida. Foi aos vintecinco cando, despois de meses de aillamento, publicou o seu primer libro: “As horas do mar dende un reloxo de area”, sobre as peripecias da faena en axitadas mareas e as ansias de voltar ao fogar. Pero, quizáis porque non soubo transmitir a mensaxe ao seu público, o récord de ventas non pasou dos mil exemplares. Ou quizais fallara outra cousa. O seu mundo laboral víase frustrado e polas noites non recibía outra visita que a da incerteza. Fruto da desesperación por vivir e gañarse a vida internou a súa nai nunha residencia, xa con principios de Alzhéimer. Prometeuse a sí mesmo que a visitaría varias veces ao ano, deulle un longo e agre bico na fronte e acto seguido colleu un voo directo a Berlín sen data de retorno. En canto á casa e a libraría, aquela que con tanto mimo construíran, quedaran a mans de Deus. 

      Non levaba alí nin dous meses cando o amor chamou a súa porta. Falaba alemán e era editora, o cal captou de inmediato a atención daquel admirable home perdido polos camiños da vida. En cuestión de horas, calquera intención de interese propio e malicioso desvanecérase por completo. Charlotte era unha mente brillante, enxeñosa e especialmente cautivadora. Ademáis de ter uns vertixinosos ollos azuis, tocaba o piano de maneira anxelical. Facíalle pasteis de cenoria e corrixía todos e cada un dos textos que Nacho lle mandaba, anotando en vermello calquera detalle a mellorar. De feito, así foi como lle pediu unha cita. Collidos da man pasearon pola Antiga Galería Nacional, enriquecéndose a cada paso da maxestuosidade das súas obras, impregnándose de cada miligramo de cultura e historia que podían aproveitar. Aquela escapada deu comezo aos rotundos éxitos dun equipo que semellaba invencible. Coa axuda de Charlotte, o segundo libro de Nacho saiu á venda en Alemaña, onde non deixou a ninguén indiferente. Literalmente. Converteu ao seu autor no “galego prodixio” dotado dunha elegancia narrativa digna de estudo. A súa conta bancaria comezou a sumar ceros e o seu rostro ocupou ata a última portada da Voz de Galicia. «Nacho Barroso; o talentoso galego que xa triunfa na Alemaña.» Nunca imaxinara que sería unha muller berlinesa a que o levara de volta as súas raíces, dándolle luz verde a aquela misión que aínda seguía engaiolada na súa testa: a prosperidade. Titulou aquel best-seller «O rexurdimento dun fénix adolescente», falando por e para toda a mocidade presa nunha celda de papel, para que loitasen por un exitoso porvenir. Recaudou todo o diñeiro posible, propúxolle matrimonio a aquela moza que tan rápido gañara un oco no seu corazón e voltou con ela ao seu estimado fogar, alleo a toda fama interesada. Charlotte, como alma libre que era, non pensou dúas veces a súa resposta. Nin respecto ao casamento, nin para abandonar o seu país. Tras algunhas xestións, incluso conseguiu que a súa nai estivese de volta naquela humilde morada para ver medrar un proxecto tan ambicioso como fora a súa libraría. Os membros da familia Barroso, tanto na Terra como no ceo, posuían por fin esa tranquilidade e ledicia que tanto merecían. Como ben deixou por escrito Nacho, meu queridísimo fillo, na dedicatoria do seu libro:

      «A ensinanza desta miña historia é que nunca estaremos mellor servidos que por nós mesmos. É ben sabido que as verbas voan, especialmente aquelas desalmadas que nos son alleas, e que o futuro desexado está reservado para os grandes soñadores. Mais deben saber que este futuro ten os seus cimentos na adicación, o esforzo e a constancia, valores que dende pequeno aprendín do meu pai. Navega lonxe e voa alto, mariñeiro. O mar e o ceo son para ti.» 

    ***

      Era unha fría e ameazante mañá de setembro, que coincidía co décimoquinto aniversario do falecemento daquel eterno heroe. Semellaba que as ondas bailaban ao son do vento, do canto das gaivotas e da carabina que sostiña no lóbulo da orella ao tempo que unha bágoa salgada mollaba a súa meixela. Por moito que medrara, para algunhas cousas seguía sendo un neno. A calor da man da súa nai mesturábase coa súa suor, sen que isto fixera que se separaran. Branca era xa unha viúva cana e deteriorada, cuxos recordos perdéranse por quen sabe que recuncho da memoria. A escea invitaba á nostalxia, pois era tan vívida que case podían escoitar a súa voz grave a xovial invitándoos a seguir vivindo, a rematar as misións da vida que a el lle fora arrebatada antes de tempo. Foi nese preciso intre cando Nacho comezou a rexurdir, esta vez de verdade. Coma o ave fénix, o peral da zona cero, e coma todas aquelas cousas que por natureza desprenden vida.

     

  • La inocencia arrebatada.

    10 de septiembre. 17:38.

    Escribo desde la terraza de mi casa, tecleando lentamente. Cada dos por tres me detengo y reparo en las voces que gritan a mis espaldas. Son mis primos, de 7 y 10 años, correteando por el jardín junto a otros niños de su edad. “Piedra, papel, tijera. Piedra, papel, tijera” Juegan al escondite, tocan el piano, ríen a carcajada limpia. “tres, dos, uno...“¡ya!” Se esconden entre los arbustos intentando aguantarse una risita pícara, para luego salir corriendo. “¡Te pillé!” Me recuerdan mucho a mi infancia, igual de inocente y feliz. Simplemente veo niñas jugando con niños, sin prejuicios o discriminaciones. Sin mayor rol que el de ser niños.

    Como mujer, me veo en la obligación moral de ser un ejemplo a seguir para las niñas de mi entorno. Así lo he hecho siempre y así lo seguiré haciendo, pero últimamente mi misión se ve obstaculizada constantemente por una influencia imparable y enormemente poderosa: El acceso a Internet a cualquier edad. Creo que no solo les ha quitado a estos niños los años más bonitos de su infancia, sino que también ha acabado con la inocencia de los que son algo más mayores.

    Todavía sigo sin tener muy claro el origen (para ser honestos, tampoco la necesidad) de estos comportamientos, pero en varias ocasiones he visto niñas de 14 o 15 años dejándose manosear por un compañero de clase en los recreos. Sigo cuentas en Instagram de vecinas menores repletas de fotos semidesnudas o provocativas, stricto sensu. Intentando causar sensación compitiendo con otras niñas cuando lo único que hacen es objetivizarse a sí mismas. Saliendo los fines de semana e ingiriendo ingentes cantidades de alcohol para un organismo todavía en desarrollo. Con una constante necesidad de publicar todos y cada uno de sus planes de ”pareja”. Y permítanme el entrecomillado, pero me resulta verdaderamente complicado definir como tal este tipo de relaciones a tan temprana edad. 

    Sin ir más allá, hace un par de días escuché el audio de una quinceañera en el cual contaba entre risas sus peripecias de la noche anterior. Al parecer, había bebido tanto que solo recordaba algunos detalles de aquella noche, y se había despertado con el pantalón roto en la rodilla y un moratón en la cara. 

    Veo constantemente un afán por enseñar a estas niñas desde pequeñas a bailar, vestir y maquillarse de forma acorde con su entorno pero desde luego no con su edad. Acorde con todos esos Tik Toks que ven por las tardes en vez de dibujos animados. Vídeos de YouTube que acaban reproduciendo sin darse cuenta, pulsando la pantalla al azar. Utilizando redes sociales sin entender sus peligros, y mucho menos sus consecuencias. Comportamientos que de tanto visualizar, acaban normalizando, y que además terminan afectando a sus estudios. No pretendo generalizar, pero ambas cosas suelen ir ligadas. Estas preadolescentes que tanto presumen de llevar una vida de adultas son en muchas ocasiones las mismas que repiten tercero de la ESO con cinco asignaturas suspensas. Que además, pecan de falta de modales y escriben con faltas de ortografía que dañan seriamente la vista. Mi pregunta es: Si tan maduras son para salir, beber y actuar como personas adultas, ¿lo son también para asumir las consecuencias de sus actos? 

    Pienso en calificaciones por debajo de la media, rutinas tóxicas, padres con los ojos vendados que siempre las verán como seres de luz. Pienso en inocencias arrebatadas, pero arrebatadas voluntariamente... Qué pena.  

     

     

     

  • Sobre cuidar la imagen y amparar la tradición.

      

    Por la presente apelo a la generación del progreso, la diversidad y la tolerancia para reclamar un minuto de gloria. Vengo en nombre de la otra mitad de su historia, esa que omiten con tanta facilidad en sus cortos sobre la generación Z y demás propaganda selectiva. La otra cara de una moneda oxidada. La culta y elegante, a la vez que crítica y constructiva. La reservada, que sabe callar cuando procede y ante la pérdida de intimidad opta por el eufemismo. Vengo en nombre de los moderados y caballerosos, guardianes del respeto y los modales, valores que hoy vagan huérfanos por su campo de batalla. 

      Creo fervientemente que la verdadera revolución nace de destacar entre la multitud. De una mente culta, formada y brillante para la que una buena imagen se pueda permitir el lujo de ser el complemento ideal. Por ello me declaro férrea defensora de las tardes de lectura, las visitas a museos y el café en cafetera italiana. De las conferencias de dos horas, los programas de radio y la batalla cultural. De leer la prensa en físico y escribir a mano, en un intento de preservar esos pequeños detalles capaces de devolvernos a épocas previas a nuestra existencia. Del culto, la oración y lo sagrado. Y si verdaderamente apuestan por la tolerancia, aceptarán también al que cree en aquello que no ve. Ese progreso que nos quieren vender semeja hoy día un contrato escrito con tinta envenenada y letra pequeña, que entre líneas presagia destrucción y denigración moral. La sociedad moderna sufre de amnesia. Olvida que si ha llegado a donde está, ha sido gracias a quien antes sembró su camino. Un camino que en ocasiones se desvía, pero continúa. Por ello, dejen de tachar todos aquellos valores que poco a poco han demonizado injustamente, y que todavía tienen cabida en nuestros días. Los mismos que, de no haberse perdido, hubieran evitado, o al menos paliado, tal degeneración y falta de principios. La remodelación de la belleza hasta convertirla en aberración. La revolución que más que al empoderamiento lleva a la denigración. Frente a eso, le pese a quien le pese, quedan las familias felices y numerosas. Los domingos en misa y las bodas por la iglesia. Historias donde el amor romántico sí tiene cabida, y relaciones que no necesitan cambiar los roles establecidos. 

      Las señoritas liberales, del centro y de la derecha somos tan mujeres como ustedes. También somos revolucionarias y nos sentimos empoderadas. Tanto que nos pintamos las uñas, llevamos faldas y vestidos, tacones y bisutería. Pañuelos y medallitas. Nos maquillamos y cuidamos nuestra imagen, y a veces incluso nos arreglamos más de la cuenta. Vemos estos detalles como una muestra de educación y no como un intento de infravalorarnos. En ocasiones optamos por no llevar escote, y no por eso estamos oprimidas. Permitimos que nos abran la puerta y nos cojan el abrigo, y eso no nos hace sumisas. Aceptamos halagos, pero nos damos a respetar. Somos finas, pero no frágiles. Por delante del físico llevamos el espíritu crítico, la inteligencia y la modestia. Porque la feminidad no es tóxica, al igual que tampoco lo es la masculinidad. No hace daño ni nos relega a un segundo plano. No concebimos el odio generalizado hacia el hombre porque nos complementamos con él.  Es más, ellos son la prueba de que la virilidad de la que ustedes huyen no es dañina por norma. Un hombre en traje y corbata no es sinónimo de superioridad. Un hombre fuerte e imponente no es icono de masculinidad tóxica, al igual que uno reservado y chapado a la antigua no es un un antiguo ni un neandertal. Igual no nos véis en manifestaciones el 8M, porque la lucha por el respeto va por dentro. Dándonos a respetar como individuos, pues nuestros méritos hablarán por nosotras. Pueden hacer caso omiso de nuestra existencia, pero recuerden que el mundo es un puzzle cuyas piezas colocamos de diferente manera. 

    Cuando nos mencionen en su lista de cosas que no ser, escupan su odio hacia otro lado, por favor. 

     

  • Sobre racismo, violencia policial y Kyle Rittenhouse.

    La muerte a manos de la policía del afroamericano George Floyd ha traído consigo una ola de conflictos y desorden cuyo eco se sigue escuchando a día de hoy incluso en España. Como de costumbre, a continuación analizaremos distintas versiones de los hechos ocurridos desde una perspectiva lo más neutral posible, permitiendo así que cada uno saque sus propias conclusiones. 

     *Los gráficos adjuntos representan los resultados de una encuesta realizada por 114 americanos del estado de Oklahoma.

    Comenzando por el movimiento antirracial BLM, surge la siguiente cuestión: ¿Puede alguien sentirse parte de este movimiento sin necesidad de ser negro? 

    Se estima que alrededor de un 7,4% de la población total de Oklahoma (3,956,971 habitantes) es afroamericana. Dicho esto, y siendo la mayor parte los participantes de la encuesta blancos, los resultados nos permiten hacernos una idea. Adicionalmente, y mucho más allá de estos datos, las múltiples protestas ocurridas en los últimos meses nos han dejado clara evidencia de que todavía hay esperanza, y que la fraternidad y la solidaridad van más allá del color de la piel.

    Ahora bien, el debate es el siguiente: ¿Debe la población blanca arrodillarse ante la población negra en señal de perdón o arrepentimiento por previas agresiones o discriminaciones? Esta imagen se ha repetido en numerosas ocasiones, tanto por parte de los manifestantes como de las fuerzas de seguridad. Pongamos por ejemplo que los hombres se arrodillaran ante las mujeres por el mismo motivo. ¿Sería esto un gesto de igualdad o inferioridad? Pues bien, estos han sido los resultados:

    Pero… ¿Han sido todas las protestas igual de pacíficas? Por supuesto que no. Minneapolis empezó con pequeñas protestas sin ánimo de violencia, pero en cuestión de días intervinieron sin control ciudadanos de otros estados y se inició la rebelión. Las fuerzas de seguridad se vieron obligadas a intervenir, dando paso a una violencia desenfrenada. Algunos culpan a supremacistas blancos, otros a miembros radicales de ANTIFA de haber destruido y quemado negocios mediante el uso de múltiples dispositivos explosivos. Pero esto no solo ocurrió en Minnesota. Ciudades como Washington, Nueva York o Idaho también se sumaron al movimiento. Más de 14.000 personas en 49 ciudades terminaron siendo arrestadas. 

    Pasemos ahora a otro escándalo más reciente que desde luego ha generado gran polémica. El 23 de agosto, Jacob Blake, un hombre afroamericano de 29 años, fue gravemente herido tras haber recibido siete disparos en la espalda por parte de un policía. Dos noches después, el caos se había apoderado también de las calles de Kenosha, Wisconsin. Cientos de manifestantes salían a la calle para protestar de nuevo contra un nuevo caso de racismo y brutalidad policial, pero el verdadero protagonista de esta historia es Kyle Rittenhouse, un adolescente de 17 años originario de Illinois. Actualmente se le acusa de homicidio en primer grado, intencional y voluntario, y le han sido imputados dos cargos por poner en peligro la seguridad colectiva y por posesión de un arma siendo menor de edad. El sujeto, acusado de haber matado a dos personas con un rifle AR-15 y herido a una tercera, alegará haber actuado en defensa propia. Su abogado asegura:

    “Kyle es un buen chico. A salir de su trabajo como socorrista, acudió junto con algunos amigos a borrar las pintadas de graffiti. Recibieron la llamada del dueño de tres empresas en la ciudad, dos de las cuales habían sido devastadas, rogando ayuda para salvar lo poco que le quedaba de su negocio. Ya que nadie estaba haciendo nada, Kyle y sus amigos decidieron actuar. Kyle se llevó con él un botiquín de primeros auxilios temiendo encontrarse con varios heridos en la zona, y un arma. Kyle no disparó indiscriminadamente, solamente a los tres individuos que le atacaron y amenazaron. También asegura que Wisconsin es un “open carry state”, es decir, un estado en el que el porte de armas es algo cotidiano, y que ese arma nunca cruzó de un estado a otro, por lo que era completamente legal”  

    Aún si esto fuera cierto, el estado de Wisconsin prohíbe a cualquier menor ser propietario de un arma excepto si esta es utilizada para entrenamientos de tiro, caza, o el menor es miembro de las fuerzas armadas.

    Llegados a este punto, cabe recordar que el derecho a poseer y portar armas en Estados Unidos está protegido por la segunda enmienda de la Constitución. Por muy radical que les suene, el porte de armas forma parte de la cultura americana. No solo como método de defensa de la vida y la propiedad privada, sino también como objeto de colección o forma de entretenimiento. El coleccionismo de armas es algo muy común, al igual que la caza de ciervos, conejos y patos o la pesca de percas, lubinas y robaletas en los lagos cercanos (en el caso de Oklahoma).

    Ahora que conocemos el caso de este joven, reflexionemos sobre los resultados de la encuesta respecto al porte de armas. A mi parecer, nos encontramos con una doble vara de medir. Es decir, si usted considera a Kyle un criminal que no debería haber tenido un arma con la que disparar a dos personas, ¿cómo puede usted estar a favor de la portación de armas? Si usted estuviera en el sitio de Kyle e intentara protegerse a usted mismo y a su propiedad, ¿no hubiera hecho lo mismo?


     

     

     

     

     

    Now, what's up with the 20%?

    Terminemos con un dato un tanto sorprendente. En las dos preguntas que pueden ver a continuación, nos encontramos con casi un veinte por cierto de los participantes que niega la existencia tanto de racismo como de violencia policial en EE.UU. 

     *Alrededor del 12,4 % de los estadounidenses (328,2 millones en 2019) son negros o afroamericanos, conformando la minoría étnica más grande de Estados Unidos. 

    Otra campaña surgida a raíz de estos episodios que sin duda dejarán huella en la historia del país ha sido: Say Their Names (Dí sus nombres), en honor a todas aquellas víctimas del racismo. Una larga lista que todavía sigue aumentando. Observo ese 20 por ciento y quiero pensar que se ha ganado un combate, pero no la guerra. Y mi pregunta es: 

    ¿Cómo es posible combatir un problema que no se cree que existe?

     



     

  • Sobre el presidente que quiere Oklahoma













    El próximo 3 de noviembre tendrán lugar en Estados Unidos las elecciones presidenciales, donde el candidato demócrata Joe Biden (asociado con Kamala Harris) intentará vencer al actual presidente republicano, Donald Trump (asociado con Mike Pence). Adicionalmente en el marco político se sitúan también el partido libertario (Libertarian Party) y el partido ecologista (Green Party), aunque con menor representación.  La sorpresa de este año será el estreno del rapero Kanye West como candidato por el partido independiente Birthday Party, cuya decisión fue tomada por muchos como una simple broma. 

    El objetivo del presente artículo no es más que informar sobre la realidad americana de la mano de quienes mejor la conocen: sus habitantes. Concretamente, 90 nativos del estado de Oklahoma. 

    Oklahoma se caracteriza por ser un sólido estado rojo, lo que implica que entre sus votantes predomina el voto republicano. Pero aunque obtuvieron los resultados deseados en las pasadas elecciones, no han sido cuatro años fáciles para su presidente: desde conflictos con México por la construcción de una frontera y el impedimento de la entrada de refugiados hasta afrontar una pandemia y paliar la crisis del Covid-19, controlando el movimiento antirracial Black Lives Matter bajo una constante presión mediática. Tras situaciones tan drásticas y polémicas, ¿seguirán los votantes republicanos de Oklahoma fieles a su líder u optarán esta vez por confiar en las promesas de Biden? 

    Como de costumbre, las redes sociales se han encargado de recolectar diversas opiniones, que en el caso de Biden podrían resumirse con un hashtag un tanto conformista: #settleforbiden (Confórmate con Biden). Settle for Biden es un grupo formado por simpatizantes de la demócrata Elizabeth Warren y el progresista Bernie Sanders que, citando literalmente sus palabras, “reconocen los defectos de Joe Biden pero saben que su nación no sobreviviría a otros cuatro años de Donald Trump. Biden no es fantástico, pero Trump es mucho, mucho peor.” Esta perspectiva de cierta resignación ante el porvenir del país podemos observarla en las declaraciones de algunos de los participantes en la encuesta:

    Odio cómo el hecho de votar en este país se ha convertido en ¿Qué siniestro viejo blanco es mejor?”, pero no me gustaría vivir otros cuatro años con Trump en el poder. 

    Realmente no hay ninguna buena opción, estamos votando al mejor de los dos demonios. 

    Ni Trump ni Biden harán ningún bien para el país.

    Biden no es mi primera opción, como tampoco lo es para muchos otros votantes… Pero es mejor que Trump.

    Nunca he tenido tanto miedo de unas elecciones, estamos acercándonos peligrosamente a ser un sistema unipartidario. Que Dios nos ayude. 

    Esto ha tenido como consecuencia la decisión de algunos de abstenerse de su derecho a voto, o bien de redirigir el mismo hacia una tercera fuerza política de menor representación, aunque esto pueda significar su “desperdicio”.

    Ya que vivo en un sólido estado rojo (entre cuyos votantes predomina el voto republicano), espero que votar a un tercer partido pueda ayudar a alcanzar el 5% mínimo para ser elegible al financiamiento federal, creando así una mejor opción. 

    El pasado político del líder demócrata, al igual que el de otros integrantes del partido, sigue causando desconfianza en algunos votantes, que se muestran firmes en su decisión.

    Biden ha intentado recortar la Seguridad Social en tres ocasiones. Perjudicó a los titulares de tarjetas de crédito con altas cuotas, intereses y deudas que no pudieran ser canceladas en bancarrota, medida también apoyada por Hillary Clinton. También a los estudiantes que no pueden pagar sus deudas de préstamos estudiantiles en caso de quiebra. Como senador, elaboró la Ley de Control de Delitos Violentos y Refuerzo de la Ley (Violent Crime Control and Law Enforcement Act), promulgada por Bill Clinton en 1994, que encarceló desproporcionadamente a la población y a ciertas minorías. Trató de acabar con los privilegios de los veteranos de guerra. Apoyó a los ladrones de Wall Street en el rescate de 2008 y votó en contra de los autorescates. Se alió con McConnell para hacer permanente la bajada de impuestos de George Bush. Fue partidario del acuerdo de libre mercado norteamericano (North American Free Trade Agreement), el cual Trump denominó como “el peor acuerdo de mercado firmado jamás” y de la guerra de Iraq. 

    Los candidatos demócratas son corruptos, despreciables y parte de los mayores escándalos en la historia de EE.UU.

    Biden no es más que una marioneta controlada por los demócratas. 

    Me preocupa su salud mental, no creo que esté capacitado para gobernar un país.

    No obstante, también encontramos aquellos que sí encuentran en Joe Biden la oportunidad de cambio definitiva que quite a Trump de su oficina y su círculo de poder. 

    Biden sigue unas políticas genuinas, tiene experiencia y entendimiento en política. Biden valora los derechos humanos básicos. 

    Votar a Joe significará tener normalidad y paz en la Casa Blanca. Creo rotundamente que la presidencia debe ser llevada a cabo por alguien competente que genuinamente se preocupe por la población, y no solo por aquellos simpatizantes de su partido. Espero que Joe y Kamala (Harris) hagan de América un modelo a seguir y no la marioneta en la que nos hemos convertido.

    Espero que se mantenga firme en sus promesas de cambio y demuestre que puede ser un buen presidente. 

    Votaré a Biden confiando en sus propuestas de cambio respecto al Covid, el racismo, la homofobia y el sexismo.

    Apoya a la comunidad negra, el movimiento Black Lives Matter y al colectivo LGTBQ+.

    En la otra cara de la moneda están los fieles defensores año tras año del famoso Make America great again (Haz América grande de nuevo), que resaltan el respeto de su presidente por los valores tradicionales y su fuerte personalidad, y confían en que sabrá llevar al país por el camino de la prosperidad. Más allá de eso, aseguran que los hechos hablan por sí solos.

    Trump no se centra en uno sino en muchos de los problemas que afectan actualmente a nuestro país, como el tráfico de menores y la brutalidad policial. Económicamente, ha mejorado notablemente la economía del país. Antes de la crisis del Covid, teníamos la mejor economía de nuestra historia. Actualmente, está incluso peor que en la gran depresión de 1930, por lo que confío en su capacidad de solucionar este problema económico.

    La tasa de desempleo antes del Covid era la más baja de nuestra historia, y nuestro ejército nunca ha sido más fuerte.

    Es la única opción lógica para devolverle el orden a este país y permitirle prosperar.

    Voto a Trump porque no va a cavar para la multitud de izquierda radical y es el guardián del sueño americano.

     Trump es el único de nuestros cinco últimos presidentes que no nos ha llevado a la guerra. 

    Su apariencia externa puede que no sea la que los americanos quieren ver, pero tiene la actitud y la determinación necesarias para devolver América a su antigua gloria. 

    Lo cierto es que la situación sanitaria actual supone un gran reto para cualquier presidente. La población no dejará de reclamar cambios hasta conseguir mejoras, y su líder deberá estar a la altura.

    Prácticamente todas las cuentas de Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades son incorrectas, lo cual perjudica a las familias de clase trabajadora que no podrán pagarse un seguro médico. 

    Los últimos meses del presidente han sido una sucesión constante de ataques (por ambas partes), malentendidos y comentarios sacados de contexto en los medios de comunicación. Pero si hay algo que de verdad le caracteriza es su determinación por establecer el orden y reafirmar la ley a cualquier coste, incluso si ello implica recurrir a las fuerzas de seguridad y a la violencia. Más allá del debate moral al que dichas acciones podrían conllevar, sus votantes lo tienen claro:

    Trump está ahí para ser nuestro presidente, no nuestro amigo. 

    Tampoco es noticia que una figura tan aclamada, cuyo poder nunca debe ser subestimado y cuyas declaraciones generan tanta polémica no sea santo de devoción para miles de americanos, ni siquiera en un estado en el que tiene las de ganar. 

    Trump ha dividido nuestra nación. 

    Trump ha causado demasiado daño, muerte y violencia en este país. A través de sus políticas, tuits y discursos nos ha demostrado que ni le importa la vida de nadie ni valora a sus ciudadanos.

    Trump solo valora al 1% y a los supremacistas blancos. No deberíamos tener un presidente apoyado por el KKK.

    Cualquiera menos Trump.


    En cualquier caso, el gigante rojo amenaza de nuevo por la ruta 66. ¿Podrá la oposición frenarle esta vez? En dos meses saldremos de dudas.

     

  • Sobre el sistema educativo estadounidense

    ¿Son las clases allí mucho más fáciles? Es el nivel mucho más bajo que en España? ¿Tenías mucho tiempo libre? ¿Tus compañeros tenían dinero?

    A raíz de las dudas, estereotipos y comentarios recibidos al volver de Estados Unidos sobre el sistema educativo americano, he pedido a 50 estudiantes americanos de entre 15 y 19 años su colaboración en una breve encuesta. Todos son residentes en los estados de Oklahoma (la mayoría) y Texas, el estado vecino en el que muchos estudiantes deciden cursar su etapa universitaria ya que ofrece una amplia y distinta gama de opciones.

    El 60 por ciento de los participantes ya han comenzado su etapa universitaria, mientras que un 33 por ciento está todavía cursando alguno de los tres últimos años de instituto. 

    La participante más joven tiene 15 años y compagina seis horas de clase con jornadas laborales de 6 horas 4 días a la semana, además de realizar una actividad extraescolar. Esto le deja solo entre una y dos horas para estudiar o realizar trabajos de clase, aunque asegura que esto no le supone un problema a nivel académico ya que no perjudica a sus calificaciones.

    Un 69,4% cuenta con un puesto de trabajo, mientras solo un 30,6% se dedica únicamente a sus estudios. Cabe mencionar que estamos hablando de puestos en supermercados, gasolineras, tiendas de ropa o cocinas. Respecto a los salarios de estos estudiantes, los datos pueden resultar sorprendentes: Un adolescente puede trabajar cuatro o cinco días semanales en turnos de hasta ocho horas, alcanzando los 1800-2000 dólares mensuales*. Los salarios siguen bajando hasta alcanzar un mínimo de 200 dólares mensuales (170 euros), como compensación por turnos de seis horas tres días a la semana. 

    *Traducido a euros, esta cantidad rondaría los 1500-1700€.
     


     

     

    Gráfico de respuestas de formularios. Título de la pregunta: How many class hours do you have?. Número de respuestas: 48 respuestas.

    Como pueden comprobar en el gráfico superior, la mayoría de estudiantes tienen seis o más clases al día. Esto se debe a que además de sus seis horas lectivas, tienen una séptima hora en la que deben escoger o bien un deporte (fútbol americano, atletismo, baloncesto, voleibol golf, béisbol) o bien alguna otra actividad de ocio (coro, banda, consejo estudiantil, robótica, debate). Algunos entrenamientos pueden durar hasta tres horas. Por lo tanto, al cansancio mental acumulado debemos sumarle el agotamiento físico. Y por si esto fuera poco, la mitad de los estudiantes tienen todavía una jornada laboral por delante. 

    Como muchos de ustedes sabrán, el deporte en este país tiene una gran importancia durante la carrera del estudiante, quien tiene un amplio abanico de oportunidades presentes y futuras al alcance de su mano. Entre ellas, la oportunidad de ser fichado por un equipo de mayor categoría fuera del estado o de acceder a la universidad mediante una beca de deportes (siendo los deportes a elegir los mismos para ambos géneros, a excepción del fútbol americano). Pero esto implica seguir un mismo horario cada día, constancia, dedicación y organización. Entrenan de lunes a viernes con sus entrenadores, y eso deben seguir haciendo por su cuenta durante el fin de semana si quieren estar a la altura. Ahora bien, esto no es todo: 

    Pongamos como ejemplo el atletismo, deporte que practiqué yo misma durante la temporada de invierno (cross country) y de verano (carreras de pista). Además de los entrenamientos diarios y las horas extra en el gimnasio y en la pista los fines de semana, cada dos semanas teníamos una carrera. Salíamos del instituto a las ocho de la mañana y no volvíamos hasta pasadas las cinco de la tarde. Normalmente cada atleta corría en tres modalidades diferentes (en mi caso, 800m, relevo de una milla y 2 millas) por lo que al final del evento estábamos exhaustos, y en lo último que pensábamos era en los estudios. 

    Todos los mencionados son factores que conviene tener en cuenta antes de opinar sobre el nivel de estudios o la forma de aprendizaje empleada por el profesorado. En el gráfico a continuación queda reflejado cómo el 80 por ciento de los alumnos disponen de menos de dos horas libres desde que salen del colegio hasta que van a trabajar. 

    Gráfico de respuestas de formularios. Título de la pregunta: After school, how much time do you have left until you have to go to work?  . Número de respuestas: 35 respuestas.

    Respecto al tiempo restante en su jornada diaria, podemos observar que casi un 55% dispone de menos de dos horas para dedicarle al estudio y el trabajo asignado.

    Gráfico de respuestas de formularios. Título de la pregunta: How much time do you have left to study and do your homework?. Número de respuestas: 42 respuestas.

    Como incentivo para que el alumnado mantenga altas sus notas, los entrenadores o profesores de la séptima hora prescindirán temporalmente del alumno si éste suspende* alguna materia, hasta que logre el aprobado. Por ejemplo, si un quarterback del equipo de fútbol no lleva el trabajo al día y suspende la asignatura de Historia de Estados Unidos, será apartado del equipo indefinidamente. En cuanto su media llegue al aprobado (al 6, no al 5) podrá reincorporarse a su posición, volver a los entrenamientos y jugar de nuevo los partidos. 

    *En este sistema, las calificaciones del alumno varían casi diariamente, ya que no solo los exámenes tienen nota. Cada trabajo, lectura o proyecto, tanto los realizados en el aula como en casa, se puntúan individualmente. La participación, puntualidad y actitud en clase también son puntuadas de manera positiva o negativa, con lo que es el alumno quien debe valorar sus opciones y establecer sus prioridades. Si es un apasionado de este deporte, será el primer interesado en compensar su media para volver a jugar lo antes posible. 

    Un último aspecto a mencionar son las pautas a seguir que hacen de este método un método eficaz, ameno y adaptado al modo de vida de los alumnos. En primer lugar está el respeto al profesorado y a su palabra. Una interrupción o falta de modales en medio de la lección es algo prácticamente inaudito. Este respeto tiene como fruto el aprovechamiento máximo de los cincuenta minutos de clase, por lo que en muchas ocasiones es el propio maestro el que da por terminada la lección del día y deja a los alumnos unos veinte minutos para comenzar con su tarea. Esto puede llegar a repetirse varias veces a lo largo de la mañana, por lo que es muy sencillo quitarse trabajo del medio. Además, la mayor parte de los contenidos son impartidos de forma interactiva, ya sea mediante videos explicativos, juegos o experimentos que ayuden a asociar conceptos para una mayor retención de los contenidos. En la medida de lo posible, apuestan por la práctica y simplifican la teoría. Y por si alguno de ustedes todavía duda de este método o de su eficacia, les dejo un último gráfico donde los alumnos muestran su afinidad o su descontento con el sistema educativo impartido. Pista: todos ellos son alumnos con una media de al menos un notable alto.

    Gráfico de respuestas de formularios. Título de la pregunta: Are you happy with your school system? (tests, schedule, teachers, way of teaching /learning). Número de respuestas: 49 respuestas.

  • La ausencia no llama al entrar (Publicado en La Voz de Galicia)

    Ernest Hemingway decía que lo único que nos separa de la muerte es el tiempo. Nuestro enemigo invisible tardó catorce años en tensar un lazo inquebrantable. Porque si bien es cierto que el perro es el mejor amigo del hombre, en ocasiones es también su única compañía. Mientras la familia iba y venía, él esperaba en la puerta. Vigilaba día y noche sin dejar de vivir en un constante locus amoenus la vida retirada en el campo. Durmiendo cobijado entre paja y corriendo por campos de hierba.  Pequeño y deteriorado pero siempre un buen cazador, cuya felicidad se basaba en salir a dar un paseo por el vecindario y pasar noches con su amante de pelo blanco y hocico respingón. Pero por muy lejos que fuera, siempre volvía a casa. Era tan fiel a los suyos que segundos antes de su último aliento se despidió con ojos brillantes y sin dejar de mover el rabo. Fue el primero en aceptar que la muerte es ley de vida, pero mi sensación de vacío es inevitable. Por quien el abuelo preguntaba cada cinco minutos, ahora ya no responde. El pan y las galletas que le dejaba en la puerta, ahora se las comen los pájaros. Y la sombra que se ve por debajo de la puerta ya no es la suya, aunque él todavía no lo sepa. Pero a sus noventa y cuatro años, pocas noticias hay que tengan cabida en su mínima y pasajera lucidez. Lo cierto es que en más de una ocasión nos refugiamos en la mentira o intentamos evitar el tema, por lo que nunca supimos con exactitud si notaba más su presencia o su ausencia. Cada día que pasaba asumíamos que en su cabeza todo seguía igual, hasta que un día nos vio desde la ventana llevar un centro de flores para el salón, y con ese sarcasmo tan propio suyo y una pícara sonrisa nos dijo:  “Aos vellos hai que matalos. Lévalle esas flores ao can, que esas flores valen moito”.

  • Oda a Galicia

    Julio, 2020. 

    Decirlo en alto me semejaba un milagro, pero por fin podía empezar a vivir. Julio era mi mes, y este era mi verano. Bastante había estado encerrada ya. Acababa de cumplir los dieciocho y tenía un dinero ahorrado para volver a ver a mi familia estadounidense, algo que decidí dejar para más adelante. Al fin y al cabo, el único lazo inquebrantable era el que me unía a mi tierra gallega. La tierra que nos habían quemado aquel octubre de 2017 en el que un seco y ventoso otoño fue nuestra ruina, por fin volvía a dar brotes verdes. Tan dañada por nuestra especie y, aún así, tan enriquecida. Merecedora de ser capturada, descubierta, explorada, visitada. Los tesoros mejor guardados del atlántico me esperaban más cerca de lo que nunca hubiera imaginado: en casa.

    Mi paraíso rural de eucaliptos y robles centenarios, que me mecen con el jugueteo de sus ramas. Desde lo más alto del monte veo la ría de Vigo en su máximo esplendor, coloreada por una infinidad de tonos rojizos que poco a poco se pierden en el horizonte. Las Islas Cíes se van quedando en la penumbra, sin moverse. Tan espléndidas y únicas, juraría que verlas era lo más parecido a vivir a las puertas del cielo.  Al día siguiente, me encuentro en tierra santa a 35 grados. Recorro uno tras otro sus magníficos puentes romanos, hasta llegar a la Puerta del Paraíso que Ourense esconde en su catedral. Una suave música celestial me lleva hasta una virgen a quien rezo mis plegarias, para luego evadirme por completo en la paz más absoluta de las aguas termales.  Casi en un abrir y cerrar de ojos me recibe el olor a agua salada de Pontevedra; ría de las cien playas. El paraíso de las banderas azules, cuyo patrimonio histórico es digno de admiración. Disfruto durante unas horas de la tranquilidad, y me arreglo para pasar una noche de música y copas por las calles de Sanxenxo, que me tienta a quedarme unos días más, pero reniego de tanto bullicio y me dispongo a continuar. Un barco repleto de turistas cuyas palabras me esfuerzo en entender navega lentamente por los cañones del Sil, fusionando el mar y la montaña hasta convertirse en uno. Una suave brisa me despeina mientras me impulso hacia la barandilla para sacar una fotografía, consciente de que no hay píxeles suficientes capaces de capturar la esencia de una madre tierra en su estado más puro. Tras un buen rato marcando rutas con un rotulador en un mapa un tanto confuso, me las arreglo para llegar hasta lo más profundo de Galicia, donde me recibe una interminable muralla romana que recorro de un extremo a otro. Sigo avanzando cara al norte de la provincia luguesa hasta volver a ver el mar en la Mariña Lucense.  Mientras tomo algo en una terraza, me comentan sobre el Camino del Norte, el arenal de Aguas Santas y los peregrinos. Momentos después, camino hacia la aclamada Playa de las Catedrales retomando el contacto con el mar, esta vez el Cantábrico, y exploro a fondo cada arco de roca fruto de la erosión del mar, anonadada por su magnitud. Cuando no me creía capaz de concebir más belleza, llegué a las Rías Altas. A Ferrol: mi refugio durante algunas temporadas y mi segunda casa. Al paraíso perdido de As Fragas do Eume, nuestro bosque por excelencia. La playa de Riazor llenaba mi vacío existencial. Entre las olas que embestían brutalmente contra las rocas, veía algunos intrépidos surfistas desafiando su fuerza. El aire frío me calaba rápidamente la piel, dejándome piel de gallina. Sentada a los pies de la Torre de Hércules, imaginaba a marineros siendo guiados por su faro en mitad de la noche. Pensaba en la vida en el mar, esa fuerza incontrolable, para traernos pescado y marisco de la mejor calidad. Aún sabiendo que sus puertas siempre estarían abiertas para mí, la despedida nunca era fácil. Todavía no me había marchado, y no veía la hora de poder volver. Cambié el frío de A Coruña por el sudor haciendo rutas de senderismo en Bergantiños, sin pausa pero sin prisa hasta Fisterra. Allí corroboré lo que dicen nuestros gallegos: “es el final de la Tierra”. En la inmensidad del océano, desde luego que lo parecía. Tanto que me hacía sentir insignificante, diminuta. Allí sentada, al borde del abismo, recapitulaba en mi cabeza cada visita de mi aventura en solitario. Había sido lo suficientemente egoísta para no querer compartir tal belleza ni con amigos, ni con amores. En compañía de un grupo de jubilados extranjeros peregriné hasta la meta, donde de verdad llevan todos los caminos, el destino más ansiado por locales y visitantes: Santiago de Compostela. Uno de los mayores ejemplos de arte en estado puro. Casa del apóstol Santiago, cuyos ojos brillantes se reflejan en los míos desde el Pórtico de la Gloria. Sentada en medio de la plaza del Obradoiro, me limito a apreciar, exhausta, cada detalle de tan grandiosa catedral. Mi experiencia termina allí, donde a quince kilómetros escasos tengo un aeropuerto con cientos de vuelos internacionales a mi disposición. Pero yo ya no necesito marcharme... 

     

  • Tan lejos como quiera

    Hemos alcanzado el punto de no retorno. A estas alturas somos como fichas de dominó a cámara lenta. Una vez cae la primera, poco a poco el resto van detrás. A veces para mal, pero la gran mayoría por una buena causa. Ya lo decía Berlín: A veces la distancia es la única forma de encontrar la paz. Cortar por lo sano pero también porque es sano. Darse a uno mismo la oportunidad de conocer nuevas perspectivas, de dejarse inspirar. Si hay algo bueno para lo que sirve romper es para dar paso al siguiente. Si nunca rompiéramos con nadie, seguiríamos con la misma gente de la guardería. Pero así, nos damos la oportunidad de conocer a alguien mejor. Es un hecho irrefutable que somos reemplazables, pero no repetibles. De poco nos sirve aferrarnos siempre a la misma gente bajo la excusa de que hay lazos que nunca se rompen. Hasta un nudo marinero se acaba rompiendo, por mucho que aguante. Y con esto no quiero decir que haya que empezar de cero y dejar de lado a todo el mundo, sino que debemos ver más allá.  Somos demasiado jóvenes para limitarnos. Para vivir en nuestra zona de confort hasta que alguien nos eche de ella. Se nos ofrecen muchas más oportunidades de las que aprovechamos. Nos cruzamos constantemente con personalidades que merecen la pena, y ni nos paramos a plantearnos conocerlas. Querer a alguien también es saber dejarle marchar, y jugando con el futuro la victoria nunca está garantizada. No tenemos por qué sentirnos culpables de haber perdido contacto con alguien. Las relaciones se basan en momentos que in situ nos parecen insuperables. Y es de vital importancia saber disfrutar de esos instantes porque vienen con fecha de caducidad. Pero madurar es aceptar los cambios, dejar que las cosas sigan su curso. Despedir  y recibir. Confiar en que no muy lejos nos espera algo igual de gratificante, o incluso mejor. 
    A veces simplemente necesitamos tomar distancia, alejarnos de todo por un tiempo. Para algunos eso significará apagar el móvil unos días, para otros, evitar el contacto. Aprender a estar bien con uno mismo, hacer nuestra felicidad independiente. Ponerle fin a las historias no siempre es algo que queramos hacer, pero sí algo que debemos hacer. Creo que nos haríamos un gran favor a nosotros mismos normalizando el decir: “Necesito tomar distancia”. “Tengo que dejarte ir. Quiero dejarte ir”. Ni siquiera creo que necesitemos una excusa para eso. No creo que tenga que haber un hecho determinante. ¿Quién dice que una relación no puede acabar en buenos términos? De todas formas, la universidad iba a poner fin más de una, eso seguro.

     

  • El idioma en la sangre (Ganador concurso literario)

    Mi querida Nadia. Al fin reúno el valor el valor suficiente para enviarte una carta que llevo meses redactando, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Supongo que cuando leas esto estarás el algún lugar remoto del planeta, refugiada en la naturaleza y sin rumbo fijo. En primer lugar me gustaría pedirte que no te sientas mal por no haberte despedido, entiendo que solo eres un alma libre deseosa de escapar. Me has pedido que te deje ir y eso haré, pero no sin antes dejar constancia del impacto que tus ojos café y tu personalidad explosiva han tenido en mí y en mi familia.
    El libro que te regalé por tu cumpleaños es de mi escritor favorito y cuenta una historia parecida a la de tus padres, sé lo mal que te sentó su divorcio y pensé que te gustaría recordar sus momentos felices. De los nuestros tengo una colección de Polaroids en la pared. Todavía guardo los billetes de avión a Florencia y Ámsterdam, tus destinos favoritos en Europa. Se que esos vuelos te quitaron las ganas de volver a volar pero por favor, no importa de la mano de quien vayas pero nunca dejes de hacerlo. Estás hecha para explorar y descubrir sin ataduras. No sabes lo afortunado que me siento de que España haya sido uno de los destinos de tu  año sabático. Lo que me enamoró de ti no fue tu fisico, ni tu dinero, ni tu procedencia. Fue tu mente inconformista, tu espíritu salvaje, tus ganas de vivir. En seis meses viviendo bajo el mismo techo te ganaste un sitio en mi familia. Compartiste tus costumbres musulmanas con nosotros y aprendiste de las nuestras. Incluso me dejaste que por una vez fuera yo el que te guiara en tus viajes. Nos has enseñado a apreciar lo que tenemos y a dejar ir aquello que no es para nosotros o no nos hace bien. La verdad es que tú me haces mucho bien, pero no eres para mi. Y saber aceptar eso me permitió disfrutar de todo lo que tenías para darme hasta el día en que se me escurrió de las manos. En parte me alegro de que no hayas alargado tu despedida porque no hubiera sido capaz de dejarte marchar mirándote a esos ojos. Si alguna vez te encuentras en un punto muerto y no sabes donde ir, siempre serás bienvenida en casa. A mi madre le encantaría que probaras su receta de tarta de queso y mi padre ya no sabe a quién hacerle sus bromas sin gracia. Incluso mi hermana me cotillea el móvil para ver si aún hablamos. Todavía no he sabido cómo explicarle que, como bien me dijiste, no puedes estar viviendo dos vidas al mismo tiempo y que esa es la razón por la que me has pedido que no intente contactarte. Te pido que me perdones por no haber cumplido mi promesa y haberte escrito esto. He de confesar que algunas noches de verano intento tapar la luna con el pulgar como tú me enseñaste, y se que para que eso se cumpla no importa en qué parte del mundo estés. Supongo que todavía tengo la esperanza de que tú estés haciendo lo mismo… Y sin más hacerte sufrir me voy despidiendo. Allá donde la vida te lleve, recuerda siempre que tus éxitos son los míos también. Con amor, Andrés.

    Lo que Andrés no sabía todavía era que en Pakistán había estallado una guerra como otras muchas de las que Nadia había tenido la suerte de escapar. Ese era el verdadero motivo por el que se había marchado lejos por un tiempo, con el poco dinero de sus padres. Alcanzada por una bomba, yacía en el suelo ensangrentada e inmóvil. Miraba sin parpadear a un cielo gris en el que con tanto humo no conseguía ver esa luna de la que Andrés le hablaba. En la mano todavía sujetaba su carta, y por su mejilla se escurría una lágrima mientras le dedicaba un último suspiro lleno de dolor y amor amargo.

  • La Generación del '02

    En menos de dos meses, 2020 nos deja cao con un golpe de realidad. ¿En qué momento llegamos a segundo? Si ayer estábamos pasándonos notitas por debajo de la mesa y jugando en el recreo sin preocuparnos por nada. Los dieciocho se nos vienen encima y nosotros aquí, sobreviviendo malamente en una inestable burbuja emocional. Bachillerato siempre fue palabra peligrosa en boca de un profesor, una etapa complicada pero a su vez nuestra única salida para convertirnos en universitarios. Esa pesadilla que parecía tan lejana y ajena a nosotros, ahora es nuestra rutina.
    A estas alturas podría decirse que segundo es estar en los pasillos deseando cumplir los dieciocho para poder salir fuera en los recreos. Es ver como tus amigos, los nuevos y los de siempre, se hacen mayores de edad y pensar que a algunos tanta responsabilidad se les queda grande. Saber que antes o después, te va a tocar a ti encontrar un hueco para una pequeña fiesta con el círculo más íntimo o para emborracharse todos de la misma botella y liarse con esa persona a la que tienes tantas ganas. Dejar que cada quien lidie con ello a su manera, entre exámenes, composiciones y comentarios críticos. Segundo es cambiar Netflix por la biblioteca y adelantar la alarma un par de horas para un último repaso cargado de café pero no de ganas. Son mañanas de pocas palabras y mucha música porque así nos entendemos mejor. Es hacer de tu clase tu familia, pero solo porque no te queda más remedio. Y dejar que del roce nazca el cariño, porque mientras haya quien desmonte argumentos con el don de la palabra, habrá quien se tenga que morder la lengua. Unas relaciones de dame paz y dame guerra, y otras más de aquí te pillo, aquí te mato, porque parece que no tenemos tiempo ni para querer. Una angustia existencial que ni la Generación del 98. Caras de incertidumbre, ojos en blanco y miradas continuas al reloj. Ese tic, tac que ni cesa ni avanza. Invocamos al verano de mil maneras y aún así enero se nos hace eterno. Que uno no gana para fotocopias, bolígrafos y subrayadores. Por momentos nos olvidamos de nuestra salud mental y vivimos como zombies con cascos deambulando por los pasillos. Tenemos como rutina profesores que todo se lo toman como una ofensa personal, dramas y conflictos que parecen sacados de una tragedia. De ahí que haya días en los que llegamos a casa echando humo por las orejas y nos quejamos por Twitter, que al menos nos responde con un par de likes. Ya de noche, una playlist en Spotify que ponga en mute los pensamientos. Segundo es vivir intentando mantener a flote la vida social fuera del instituto, sabiendo que, para bien o para mal, en cuestión de meses cada uno hará su vida. Queriendo creer que seremos reemplazables, pero no repetibles. Para muchos, lo que vendrá es todavía un futuro incierto. Y no hay videntes ni cartas de Tarot capaces de predecir lo que nos espera. Pronto se acabará el quedarse en zona de confort con el grupito de siempre, pero por el momento, toca dejar que los apocalípticos tengan pesadillas con repetir mientras quitan nueves. Que parece que se les va la vida en ello cuando tú lo llevas día a día, sin preocupaciones y con una sonrisa. Pero más allá del esfuerzo está la inteligencia, y todos nos guardamos un as bajo la manga. Solo hay que saber cuándo sacarlo. A veces, hay que tatuarse a tinta de boli unos cuantos nombres o fórmulas en el brazo. Poner a prueba la caligrafía en minúsculos trozos de papel. Hay quien le reza a Dios y a todos los santos presentes en la Biblia, quien confía en su suerte y quien va sin expectativas porque apenas leyó los apuntes. Tampoco pueden faltar aquellos que con su cara bonita y mucha labia piden cambiar un examen una hora antes. Ni quien juega sucio y simplemente saca de folio y hace el cambiazo. 
    Segundo es una montaña rusa que de tanto sacudirte termina por cambiarte, y aunque no lo parezca es para bien. A veces incluso te recompensa con buenos resultados y unas monedas para tomar algo un viernes de tarde y ponerse al día con alguien de confianza. O sábados de Larios Rosé, cigarros, perreo y sudor que eliminen la tensión acumulada durante la semana. Noches para el recuerdo que acaban en domingos de resaca con dolor de cabeza solo de pensar en coger un libro. Segundo es poner la alarma para las 7 y volver a empezar hasta que llegue junio y estemos en la playa riéndonos de la broma de mal gusto que fue bachillerato. 

     

  • ″Quem não viu Lisboa, não viu coisa boa″ (FIN)

    Jueves, 19 de diciembre. Visita matutina a la Biblioteca Nacional de Portugal, esta vez para ver de cerca el Cancioneiro Nacional, donde desde el siglo XIV están manuscritas las cantigas de Martín Códax. Si te acercas un poco y pones atención puedes leer en cursiva: Ondas do mar de Vigo, se vistes meu amigo… En un día tan lluvioso lo mejor que pudimos hacer después fue meternos en el museo Calouste Gulbenkian y dejarnos absorber por distintas culturas. Desde el arte egipcio y del Extremo Oriente hasta la pintura y escultura francesa e inglesa. Un viaje de siglos atrás en el tiempo en hora y media. Parando unos minutos en el  arte barroco neoclásico del siglo XVIII entramos en la basílica da Estrela hasta que el frío nos cala los huesos y se nos congela el aliento. Una siesta en el bus para entrar en calor hasta que volvemos al 2019 en el centro comercial Vasco da Gama, con tres plantas, un techo de cristal y 170 tiendas. Después de un sándwich de queso Brie fundido con jamón serrano y rúcula tocaba ver escaparates hasta aburrirse. Habiendo robado una bufanda por accidente acabamos en una mesa saboreando un helado de frambuesa mientras nos inventábamos los nombres y las historias de la gente que pasaba por delante. De camino al autobús, Alba posa sonriente para mi mientras al fondo brillan estrellas y guirnaldas de navidad suspendidas en el aire. Aquella noche volvimos al hotel empapadas y sin nada para cenar, y arriesgando al máximo los treinta euros de fianza, se tiró la casa por la ventana. 

    Viernes, 20 de diciembre.
    A las ocho estábamos todos desayunados, con las maletas listas y devolviendo la tarjeta de la 1007 a la recepcionista de lo que aquellos cuatro días había sido nuestra casa: El hotel 3K Barcelona. Entre mantas, cascos y almohadas de viaje dormíamos con el sonido de la lluvia en los cristales del autobús hasta que Vicente nos despertaba hablando por el micrófono para hacer una parada en Coimbra. Una cookie, un Kinder Bueno y una infusión en la cafetería de la universidad antes de pelear un poco más con el viento hasta que me rompe el paraguas. La lluvia me cala los zapatos y el abrigo termina goteando, empapado. Todavía nos quedan seis horas más, y parece que no pasa el tiempo. Comemos en el primer bar que encontramos y ya con la voz tomada y el pelo encrespado contamos los minutos hasta llegar a casa, cuando ya casi es de noche. Con un par de besos y abrazos, un “Felices fiestas y feliz año” y unos cuantos “¡Cómo te voy a echar de menos!” muy exagerados nos despedimos de nuestros compañeros y del instituto hasta el 2020. FIN.


    [EPÍLOGO] 

    Estos últimos años han sido un periodo de cambio constante en todos los sentidos. De idas y venidas, literalmente. De aprender a meter en una maleta todo lo que necesito, todo lo que quiero. De anotar todos los detalles y escribir sobre ello para que nunca se me pueda olvidar. De conservar recuerdos en Polaroids y fotos editadas con VSCO. La Sara de siempre. Como fue en Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos y ahora Lisboa. En el momento en que la galería no está llena, me falta algo. Después de haber dejado una familia al otro lado del charco, tengo que admitir que un poco de miedo sí que tenía de volver a empezar de cero por segundo año consecutivo. Siempre intentando que no pareciera que no consigo conservar nada, que todo el mundo se me escapa. Que la estabilidad no es para mi. Pero si hay algo que una vez ganado no me lo puede quitar nadie es la capacidad de adaptación a cualquier país, familia, grupo o instituto. Desde el primer día me sentí en casa. Poco a poco me fui ganando a mis compañeros entre galletas y favores. Lisboa fue el primer viaje que no acepté de inmediato. Porque en realidad no conocía tanto a mis compañeros, y no dejaba de ser la nueva. Pero me superaban las ganas de vivirlo, a cualquier precio. Así que me busqué dos compañeras de habitación y dije que sí. Por eso ahora que se acabó y cada uno está de vuelta en su casa por navidad, quiero dejar constancia por escrito de los mejores momentos que me llevo. Gracias.

  • ″Quem não viu Lisboa, não viu coisa boa″ (Pt III)

    Miércoles, 18 de diciembre. Salida a las 9 preparados para recorrer Lisboa de arriba abajo en 17 mil kilómetros de reloj. Por calles de edificios antiguos de distintos colores y alturas pasaba el tranvía, haciendo un ruido estridente a su paso por las vías de hierro sobre el adoquín. El espacio entre la calle y la acera era mínimo y estaba lleno de charcos. Cuando por fin llegamos a una zona llana fue para hacer una parada rápida en la iglesia de Santa María Magdalena y subir hasta el mirador de Santa Luzia. Diminutas casitas blancas con tejados naranjas se amontonaban en primera línea de costa, contrastando con un cielo gris y nublado. Todavía más arriba, quedaba el Castillo de San Jorge. Con Wonderwall de Oasis en los airpods Pedro y yo buscábamos los mejores rincones para sacar más fotos entre murallas, subiendo diminutas escaleras y esquivando charcos. La inmensidad de Lisboa a nuestros pies en la instantánea de una pareja árabe con la que nos entendimos perfectamente y la majestuosidad de una familia de pavos reales que se paseaban tan tranquilamente a escasos metros de nosotros. Pero siempre se puede llegar más arriba, y si para ello hay que pagar por entrar y subir unas escaleras de caracol interminables, allá vamos. Desde el punto más alto del Arco da Rua Augusta el viento ensordece y el silencio en la ciudad solo lo rompe el sonido retumbante de la campana. En cuanto volvemos a tener los pies en la tierra, directos a por unas pizzas y un par de botellas de agua para compensar la caminata. Y de postre, chocolate, tarta y crepes en el mercado da Ribeira. Cuatro horas de tiempo libre me llevaron a recorrer el centro con Maleda, desde una biblioteca hasta un centro comercial, pasando por una cafetería y una tienda de souvenirs. A medida que se iba haciendo de noche, las luces navideñas se encendían a ritmo de saxofón y guitarra por un grupo tocando en plena calle. Y de la música latinoamericana pasamos a los famosos fados portugueses, en una humilde taberna reservada para nosotros. Al terminar, una charla y una foto de grupo con una cámara desechable enfrente de una enorme bola de luces antes de cenar un plato de pasta con gambas, atún y aceite. Con intención de aprovechar un un rato muerto antes de volver al hotel decidimos ir a un karaoke... Que terminó siendo un bar gay. Entre una anécdota y otra eran casi las once cuando intentábamos llegar al metro sin romper los paraguas. Poca gente quedaba por allí, el vagón era solo para nosotros. Mientras nos metíamos en la inmensa oscuridad del túnel a la velocidad del rayo, jugábamos al teléfono estropeado en inglés como niños pequeños... Pero por mucho sueño que tuviésemos, aquella noche tampoco dormimos. 
    Continuará.    

     

  • ″Quem não viu Lisboa, não viu coisa boa″ (Pt II)

    La primera noche en el hotel fue tranquila. Revisión de habitaciones a las 11:30 y acto seguido al ascensor para bajar a la 909. Después de una buena dosis de risas y cotilleo, de vuelta a la 1007 a escondidas. Arriba la fiesta estaba montada. Eran las dos de la mañana y solo los cascos con música a tope silenciaban los gritos en la habitación de al lado. 
    Martes, 17 de diciembre. 7:45. Una tostada de Nutella, un zumo de naranja en el buffet y la cámara preparada para salir. A las nueve unos selfies en la piedra de los descubrimientos y un paseo por la orilla del Tajo. Unos tímidos rayos de sol dejaban destellos en la lente y las pupilas, dejando al fondo el puente 25 de abril, el Golden Gate Bridge portugués de acero rojo. Seguimos nuestra ruta pasando por La Torre de Belém y el Palácio da Ajuda. Para cualquier amante del arte, una parada obligatoria. No hay resolución ni megapíxeles capaces de capturar tal majestuosidad. Cada estatua representando un sentimiento y cada sala una esencia propia. Cúpulas de perfectas proporciones, lámparas de finísimo cristal y mesas multitudinarias con sillas de terciopelo y vajillas relucientes. Un paseo por amplios pasillos y escalones infinitos hasta llegar a la biblioteca da Ajuda para contemplar de cerca lo que solo un ignorante puede considerar un trozo de papel viejo y arrugado. El Cancioneiro da Ajuda, una reliquia del siglo XIII, conservado entre una enorme colección de obras en portugués que en su momento pertenecieron a la familia real. La última parada que completaba una mañana de visitas culturales fue al Mosteiro dos Jerónimos, de fachada en relieve y muros de extravagante ornamentación que daban a un patio exterior donde sentarse a descansar. En el interior, una iglesia donde el aire es frío, las voces tienen eco y las vidrieras pintan los destellos de luz que entran por la ventana. Una parada para comer en un restaurante de comida rápida que tenía su encanto en las paredes de azulejos que en tinta rosa tenían grabados refranes como “Quem vê caras não vê corações”. Aquella tarde Sintra resplandecía con alumbrados navideños y árboles de guirnaldas en los que con un filtro A6, un poco de brillo y un buen modelo casi parecen los de Vigo. Si el pueblo no tiene nada de especial, subimos por callejones estrechos de adoquines desnivelados hasta llegar al punto más alto para conseguir unas buenas vistas. Luego hablamos con una vendedora de pendientes hechos a mano a la que le da pena que compremos uno de sus pares favoritos y seguimos caminando por una senda de lámparas de papel iluminadas que recuerdan a Japón. Y de ahí a Cascais, de noche, en la tranquilidad de una ciudad en la que se respira el espíritu navideño con una noria que gira despacio mientras cambia de color. Después de dar vueltas sin saber muy bien hacia donde ir terminamos dándonos un capricho de yogur helado con toppings en una heladería hasta que sutilmente el camarero nos invita a marcharnos porque quiere cerrar el local. Pegados los unos a los otros, acabamos en las escaleras de un portal sacando tema de conversación de debajo de las piedras e intentando no morirnos de frío. Nos esperaba una noche larga…
    Continuará.

     

  • ″Quem não viu Lisboa, não viu coisa boa″ (Pt I)

    Después de siete meses en casa, no me llegaba la hora de tener una nueva historia que contar. Esta vez fue un lunes, 16 de diciembre, a las 8:30 de la mañana. Como destino: Lisboa, Portugal. Otro para el recuerdo con el mejor compañero de viaje, y de vida, que cualquiera podría desear. En el cristal pegaba el viento y resbalaban las gotas de lluvia al ritmo de Sen Senra con su Ya No Te Hago Falta. A mi lado, Marta dormía tapada con mi manta y el otro auricular puesto. Una vez en la estación de Porto, Aixa repartía filloas caseras para todos, con azúcar y chocolate. En una cafetería cercana, cuatro cafés de un euro… noventa. Un antojo de chocolate y primer contacto con el portugués. Para comer, un bocata de atún en un centro comercial. Un descanso para estirar las piernas, visitar los alrededores y sacudirnos la mojadura que llevábamos encima. Próxima parada: Óbidos. Geográficamente, en el centro del mundo. Potencialmente, lugar para una macrofiesta en fin de año. En realidad, un pueblo pequeño con cierto encanto, una librería, una ruta navideña en medio de la nada un Ale-Hop. Entre brillantes azulejos ilustrados y luces de navidad por calles estrechas, nos dieron las cuatro. Después de otro tirón de autobús, por fin llegábamos al hotel. Casi a las diez de la noche. Para mi y mis compañeras de habitación, fue la habitación 1007 en el décimo piso. Grande y cómoda, con una ventana enorme en la que sentarse a reflexionar disfrutando de las vistas al centro de Lisboa. Las luces brillan pero no ciegan, dejando que el tren rompa el silencio al pasar por las vías… 
    Continuará.

     

  • Me, myself and I.

    SARA. Sólo cuatro letras. Corto y simple, pero bonito. En hebreo significa "princesa", pero de eso tengo poco. Nací en mi mes favorito del año, a día dieciseis. Trece años después, encontré por casualidad a otra versión de mi, a un hermano de distinta madre. Solo me queda un amigo de los de siempre, que catorce años después es de lo peor que podría perder. Tengo unos pensamientos infinitos y una imaginación desmedida. Yo no pertenezco a ningún sitio, mi corazón sí. En el viaje a Francia se rompió el primer cachito, y desde ahí voy dejando un poquito de mi en cada sitio que piso. Veo ese algo en todas y cada una de las personas que se me ponen delante. Soy como whiskey en una taza de té,  y a veces echo a gente de mi vida sin dar mayor explicación. Tengo suficiente sangre fría y poca verguenza para decir "No" a la cara una, dos y tres veces si hace falta. Lo se, todavía quedan matices que perfeccionar... Estoy trabajando en ello. Heredé el carácter y la fuerza de mi padre. En América me obsesioné con el gimnasio y las pesas, todos los miércoles y domingos durante ocho o nueve meses. No había mejor manera de hacer callar al mundo. Debajo de mi cama no se si habrá algún monstruo, pero sí hay un cajón lleno de recuerdos. Le tengo mucho miedo al olvido, por eso llené un bote con lo mejor de cada día durante más de dos años. Sin saltarme ni uno sólo. Porque creo en el valor de las cosas insignificantes y en la importancia de los detalles. Es relativamente fácil dejarme sin aliento y Lidia lo sabe. A veces, me fatigo solo con subir las escaleras y necesito inhalar 500 microgramos de sulfato de terbutalina para poder respirar, por esa razón atletismo fue uno de los mayores retos a los que me enfrenté. Las dos medallas por el relevo de una milla y la carrera de dos millas demostraron con creces el lema de que "si se quiere, se puede". Me llevo la sonrisa a todas partes, y si la pierdo no tardo mucho en recuperarla. No puedo evitarlo, incluso en las peores situaciones. El amor propio va antes que cualquier otro. Hablo bastante, mucho, quizás demasiado...Siempre encuentro algo que decir. Ojalá poder pasarme la vida leyendo y viendo películas en versión original, aunque ir a clase tampoco está tan mal. De hecho, siempre me gustó mucho. El verano acababa conmigo, y el primer día de clase, por muy raro que suene, era de los más esperados del año. En la lluvia, el viento y la niebla está mi inspiración. Le hago fotos de imprevisto a mis amigos constanmente por miedo a que un día nos olvidemos de esos días. No tengo miedo a dejarlo todo y marcharme lejos, de hecho, vivir en Estados Unidos me cambió la vida. Tampoco de cambiar de amistades y conocer gente nueva. Cuanta más, mejor. Hacer amigos no suele ser un problema. Hay gestos que hablan un idioma universal, que se entienden aquí o al otro lado del mundo. Escucho muchísima música diferente y repito algunas canciones en bucle hasta que me aprendo la letra de principio a fin. Últimamente, paso el tiempo hablando sola y dejando amigos por el mundo adelante. No me gustan las matemáticas, ni dibujar, ni la playa. Prefiero el arte, escribir, y la pista de atletismo. Tiempo pasado con mi hermano, es tiempo de risas infinitas. Coleccioné vasos de Starbucks durante mucho tiempo, cada uno con un nombre falso distinto. El té, mejor de frambuesa y con tres cucharadas de azúcar. Me encanta disfrazarme y actuar, llevo el drama en las venas. Pero a veces se me escapa y... Me ilusiono con una palabra, un gesto o un mensaje. Me gusta mirar arriba por las noches y hablarle al otro lado del atlántico, porque allí dejé una familia. Escribí una serie de relatos sobre el viaje de fin de curso a Italia porque fue un viaje digno de ser recordado con detalle. La gente suele destacar mi madurez, pero ese mérito es todo de mis padres. Todos mis relatos, sin excepción, esconden alguna pista y van inspirados en alguien. Sin inspiración no habría historia. Y sin historia, no estaríamos aquí.

  • ¿Cómo se vive esto?

    VIDA: Propiedad o cualidad esencial de los animales y las plantas, por la cual evolucionan, se adaptan al medio, se desarrollan y se reproducen. 
    Nuestra existencia no puede ser reducida a cuatro fases, no puede tan simple. De hecho no vendría mal un manual de instrucciones, pero si lo hay debe de estar en chino. 12 meses repetidos en bucle idefinidas veces, y ni uno sólo igual que el anterior. Sin darnos cuenta, vivimos atados a un reloj, a una cuenta atrás, con la incertidumbre de no saber cuanto tiempo nos queda. Eso sí, hasta que el cronómetro llegue a cero tenemos el deber de disfrutar del regalo que tenemos delante, porque en cualquier momento se nos puede escapar de las manos y salir volando. Y como un globo en el aire, nunca podremos recuperarla. La vida es un bien que no nos pertenece ni nunca lo hará, repleto de almas vulnerables que van, vienen, vuelven y se marchan. De la misma forma que nosotros no pertenecemos a nadie, ellas tampoco nos pertenecen. En sus manos está compartir su vida. Sus momentos, sus risas y sus lágrimas. Hacernos compañía, contarnos sus secretos. En soledad o en compañía, la vida son atardeceres en medio del océano con sabor a sal en los labios. Noches al aire libre viendo estrellas. Tardes de tormenta con un libro y un café. Una recopilación de recuerdos de lo bonito que fué. Una y mil oportunidades que aprovechar. Como salidas de una canción de Khalid, nuestras vidas son una montaña rusa. De las grandes, intensas, que hacen que el corazón se te salga del pecho y te dejan sin aliento. Venimos con un billete comprado sin viaje de vuelta, pero nosotros decidimos si subir. Si otros pudieron, ¿por qué nosotros no? Primer riesgo que estamos dispuestos a correr. Aprendemos, exploramos, hacemos alguna travesura sin maldad que se arregla con pedir perdón. Nos pasamos el día con una sonrisa en la cara. Lo vemos todo claro hasta que llegan los sentimientos para nublarlo todo. Cuanto más subimos, más queremos, más nos encariñamos, más cerca estamos de tocar el cielo. Ya casi lo podemos tocar con la yema de los dedos. Y entonces... caemos en picado. El camino está lleno de piedras que nos dejan heridas, algunas que dejan cicatrices. La niebla a veces es tan espesa que parece haber llegado el final, un túnel sin luz, un laberinto sin salida. A veces falta el amor propio, la autoestima, la salud, el bienestar personal, el dinero. Pero todos estamos aquí por una razón, con un propósito y muchas metas, y rendirse no es una opción hasta que lo consigamos. Levantarse cada mañana en tu casa es una suerte, poder vivir es una suerte. Ojalá consigamos entender lo afortunados que somos y llevar puesta una sonrisa cada día. Y que si nos salen arrugas, que sea de reírnos tanto.

     

  • Sólo uno más

    Un día más es un día menos, y eso es lo que nos queda de verano. Un verano esperado y disfrutado. Un verano diferente al resto porque veranos no hay dos iguales.

    De tres meses que se nos escurrieron de las manos nos quedaremos con decenas de Polaroids, vestidos de blanco en fiestas ibicencas, quedadas por la noche en la piscina, fines de semana saliendo cuatro días non-stop, durmiendo un máximo de cinco horas diarias en una tienda de campaña, porque tiempo a descansar ya tendremos de muertos. Escuchando el ruido de las hojas y el viento en el techo, las risas frente a frente compartiendo auriculares. Confesiones de nuestra versión más sincera a las seis de la mañana. Vacaciones familiares al margen de todo por unos días. Cumpleaños en casas que parecen embrujadas, explorando cada rincón entre telas de araña y cartas en cursiva del 53. Seis horas esperando por Leiva valieron la pena cuando nos dejamos la garganta cantando sus clásicos con la piel de gallina. Pasando de cama en cama porque donde caben dos, caben tres. Y cuatro, incluso cinco si hace falta. Tardes de playa con el viento soplando fuerte y la arena en la cara. Romances, si es que se les puede llamar así, que lo mismo duran meses como dos días contados. Comidas y cenas improvisadas pero a lo grande, o de bienvenida, o sorpresa por un cumpleaños. Con piscina y ping pong. Amistades nuevas, perdidas y fortalecidas. Extranjeras que vuelven a casa un año después. Periodos de hundirse en silencio, sentirse fuera de lugar, conseguir readaptarse y empezar a disfrutar. No sé si es el calor, la salitre, las líneas del moreno, los atardeceres lentos, los destellos en la pupila, las tardes eternas o las noches en la terraza, pero de junio a agosto somos la mejor versión de nosotros. En mayor o menor medida, hoy llega la nostalgia, la incertidumbre, los nervios, las ganas, el miedo… Pero la vida son etapas, e igual que todo lo bueno se acaba, lo malo también. Así que por última vez antes de dormirnos, vamos a mirar hacia arriba y exhalar un profundo suspiro, sabiendo que nos espera un curso duro pero con esperanzas de que todo esfuerzo tenga su recompensa. A por todas.

  • En el cajón debajo de la cama

    Eran las seis de la tarde de una tarde de verano y me encontraba sentada en la alfombra de mi habitación, dejando fluir música aleatoria en el móvil. La música alta silenciaba los pensamientos. Mi creatividad buscaba desesperadamente algo en lo que invertir el tiempo, y mi madre no dejaba de recordarme que debería hacer limpieza en los cajones de mi habitación, y tirar todos esos papeles “que lo único que hacen es coger polvo”. Entonces, casi de un impulso, abrí uno de los cuatro cajones de debajo de mi cama. Aquel no era sólo un mueble más en mi habitación. Toda persona ajena debía mantenerse alejada para evitar cualquier tentación de husmear en las memorias de casi toda una corta, pero intensa, vida. Cada vez que me mandaban tirar con todo, respondía: “Quizás estos sean los primeros indicios del Síndrome de Diógenes, porque lo que ahí se esconde no irá a ninguna parte.” Sin pensármelo dos veces, esparcí en la alfombra esos recuerdos tan preciados. Recibos de tiendas, billetes de avión, recortes de frases borrosas por el tiempo, fotografías del 2014, entradas a museos, mapas de ciudades con rutas trazadas, diplomas, cartas de despedida. Al tiempo que yo observaba, mi mente viajaba de un instante a otro, obligándose a sí misma a recordar. Vidriosos se volvieron mis ojos al leer un papel arrugado que sobresalía de una carpeta. “Tarde o temprano, te darás cuenta de que tienes mucho que dejar atrás”. No le faltaba razón, y es que ni siquiera podía recordar quien había escrito aquello en letra cursiva. Miles de detalles se difuminaban en mi retina, miles piezas que hacían el puzle de los recuerdos imposible de terminar. Y la única forma de poder volver a ellos era guardando todos esos papeles insignificantes, ayudada de una más que buena, inteligente memoria, muchas imágenes y la cronología que la tecnología podía aportarme. De la misma manera que temía ser olvidada, yo no podía permitirme olvidar. Los recuerdos nos hacen quienes somos, así que “perdona a mi mente adolescente”.