Aún nos queda historia por contar... (Graduados!)

Lunes, 25 de Junio. 12:00.
Pantalón vaquero corto, nuestra camiseta y tenis blancos. Llegábamos al escenario dispuestos a sacar lo mejor de nuestra actuación, a pesar de la falta de algunos ensayos más.  Pero más tiempo no habíamos tenido, y sí que es verdad que a veces preferimos cantar nuestras canciones favoritas, girar en círculos sin sentido a hombros de alguien y jugar con balones sin controlar la fuerza. De ahí que hubiera días que la cosa acabara siendo un caos. Mejores o peores, fueron lunes al mediodía que unieron vínculos, porque es bailar mirando a tu pareja a los ojos, y sin tener ni idea salieron pasos de película. Hubo momentos de desorden y giros desviados, pero tambíen de secuencias en perfecta coordinación, en la piel de bailarines profesionales, hasta con gorras y coletas altas. Por todo esto ya teníamos suficiente para estar satisfechos. Pero ahora tocaba mostrárselo al público.
Para probar los micrófonos, un dúo apenas ensayado que al final se quedó en nada, pero era bonito volver a cantar con ella después de años. Un auditorio todavía vacío con dos presentadoras conjuntadas, un Dj desde el fondo probando la música y la iluminación y un grupo de músicos con sus instrumentos completaban nuestra escena. Unos minutos ajustando posiciones y cinco o seis ensayos completos antes de ir a comer. Todavía quedaban dos horas para el evento y el camerino quedaba hecho un caos de ropa, maquillaje y fundas que guardaban nuestros conjuntos de gala. Una hora escasa después, estaba de vuelta. Todos en ropa de baile, arreglándose rápidamente la cara y el pelo. Fuera, en los asientos, dos de nuestros compañeros ya en traje. Verle tan elegante, tan bien peinado y oliendo igual de bien que siempre me causó una profunda sensación de admiración, de saber que compartimos días, semanas, meses y años con gente tan bonita. Sin duda por fuera, pero sobre todo por dentro. Bajé un momento a saludarle, y rápidamente volví a mi puesto. 
La puerta del auditorio se abría y nuestras familias y conocidos empezaban a tomar asiento. Al otro lado de la cortina risas nerviosas, murmullos de fondo y sobre todo, muchos nervios. Las chicas de amarillo y naranja nos presentaban, y se abría el telón. Sonaban Shakira, Prince Royce y Marc Anthony y bajaban las luces. Siete parejas bailaban a ritmo de salsa y bachata más pendientes del público que de sus propios pasos. Entre giro y giro, cambio repentino a Bruno Mars y entrada en escena del resto. Parpadeaban las luces y lo dábamos todo con Panda. Un último movimiento que a cada quien le salía diferente y un cambio más a High School Musical, con abrazo de grupo como final triunfal. No se si brillaríamos más o menos, pero haberlo hecho ya había sido suficiente para nosotros. Ahora tocaba brillar a nuestra manera.
Después de la primera diapositiva de cuando éramos unos enanos corrimos a cambiarnos. Diez minutos para los últimos retoques, la pajarita, el vestido, los tacones y el tupé. Mirándonos al espejo los unos a los otros, nadie se quedaba atrás. La sensación se repetía. Detrás de aquellos conjuntos había mucho, que habíamos llegado a conocer y que no habíamos tenido tiempo. Con el brillo en los ojos volvíamos a nuestros asientos para disfrutar de nuestro momento. Escuchar dos piezas de xilófono, emocionarnos con la inconfundible canción al piano de Carla, escuchar nuestro punto de vista desde mi relato para la ocasión y recordar viejos momentos con muchas más fotos. Por suerte, eso fue algo que nos acompañó siempre a lo largo del camino. Unas palabras de agradecimiento y buenos deseos por parte de las personas que más nos enseñaron en nuestro viaje, y regalos como una forma de devolverles el favor. Emocionados pero no tanto como esperábamos. Y es que quizás ganaba la felicidad de haberlo vivido a la tristeza de haberlo acabado.
Uno por uno, subíamos a recoger nuestro diploma y nuestra orla, como símbolo de la etapa que aquella tarde dábamos por terminada. Una vez que estábamos todos en el escenario, volvimos a abrazarnos, uno por uno, en pareja, en grupo, sin pensar con quien más y con quien menos. La familia éramos todos. Pero nada es definitivo. Nos despedimos de las familias del resto y de los profesores, sobre todo de los que habían hecho el esfuerzo de volver a vernos.
Antes de vernos todos en la cena, parte del grupo quedábamos en casa de Carla para bañarnos en la piscina, hacer fotos, merendar algo y hacer tiempo juntos.
A las nueve entrábamos por el restaurante juntas ella y yo, como no podía ser de otra manera. La mayoría ya esperaba, comiendo y cantando. Probamos un bocado, algo de beber y nos sumamos a la fiesta. En cuanto pude, cogí la cámara y empecé a disparar con y sin flash a todo el que pasaba por delante. Aquella noche puedo decir que quité fotos al amor de verdad, a los mejores amigos y a sonrisas que brillaban aún más que algunas pupilas.
A las dos de la mañana, cuando ya todos habíamos tenido el momento que nos correspondía de hace tiempo, decía adiós consciente de que no volvería a ver a más de la mitad de ellos en mucho tiempo. Por ello no pude evitar derramar alguna que otra lágrima, y salí de allí sin pensarlo dos veces.
Nunca os daré suficientemente las gracias por haber sido mis compañeros en este viaje... Hasta la próxima parada, familia. 

 
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