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  • Un pequeño puñado de suerte.

    Dentro del álbum rojo de la librería hay muchas fotos de hace años, que mamá guarda con un cariño especial. La primera es de una niña disfrazada de fresa, con una sonrisa de oreja a oreja y sin un par de dientes. Al fondo, casi desapercibido, sale él. Con la mirada en el aire, incómodo con su disfraz. Qué simpático...
    Le echo un ojo a las siguientes páginas. Parece que he crecido un poco. Tan sonriente como siempre, con mi melena casi rubia alborotada delante de la cara. 
    Me habían vuelto a pillar mirándole con unos ojos brillantes mientras leía...
    Un poco más tarde había llegado a una obra de teatro, que aún recordaba perfectamente. Esta vez le tocara a el. Sentado en el suelo, de rodillas, sin maldad ninguna.
    Cada página, cada fotografía, era una sucesión de pequeños momentos. Y quería más. Por ello me dispuse a rebuscar en el cajón de RESET, donde guardaba un pequeño diario rosa que escondía todas las pistas. Entonces encontré cartas, diplomas, dibujos, manualidades... En resumen, todo lo que cabía en la cabeza de una niña de 10 años con mucha imaginación. 
    Volví a cerrarlo con candado y lo dejé en su sitio. 
    Sabía dónde encontrar la pieza que encajaba en el siguiente hueco, pero preferí saltármela. 
    Aquellas líneas estaban repletas de casos hipotéticos, de incertidumbre por lo que pasaría cuando hubiera que irse. Eso ahora ya lo había averiguado. Todo a lo que había renunciado, lo que todavía se cruzaba conmigo por los pasillos. Él. Sus ojos verdes y su sonrisa de niño de siempre. Doce años después, y mejor que nunca. 
    Levanté la cabeza para ver nuestra foto en la corchera. Qué mayores y qué simpáticos, porque si había algo que no habíamos perdido era el sentido del humor. El más para los menos, el no ser difícil de alcanzar. Un pequeño puñado de suerte llamado "compañero". De risas, de complicidad, de vida.

     

  • Diciembre y yo.

    2 de Diciembre. 22:33. Té con canela, un libro emocionante y la misma playlist aleatoria de Spotify de ayer. Con diciembre volvió esa sensación tan particular al salir a la calle y notar tu aliento condensado transformarse en 'humo'. La de respirar a través de la bufanda y frotar las manos para entrar en calor. Sinceramente, lo echaba de menos. Sólo faltaba un cappuccino de mi querido Starbucks y un par de abrazos de esos sumergidos en ropa amorosita. Mi habitación se volvía especialmente helada, todavía con la torre Eiffel y unas cuantas libras en la mesilla. Al lado, nuestra foto en un marco nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo. Allí, en lo alto de Grenoble, también hacía frío pero brillaba el sol de Abril. El mítico cajón de los recuerdos tenía la etiqueta de RESET antes de abrirlo, donde guardaba las postales de hace años. Y es que las pasadas navidades habían sido escritas, exclusivamente, día por día. Los veinte días sin él, lo que un año después se podría decir que fue el principio del fin, el "Feliz Año" que tan mal sabor de boca había dejado...
    Sea diciembre o enero, ella sigue en mi bando. Camino de nuestro tercer año ya. Con nuestro cuadro como el primer día, a la derecha, en el centro. Ella, el mejor regalo de una nochebuena. Ese y el resto de los días del año. Diciembre tampoco se olvida del más grande, de mi favorito. A quien le regala un año más, y a mi la suerte de poder compartirlo. Me regala el anuncio que ansio cada año con una historia emocionante, una vuelta a la casa que viste a rayas de azul y blanco, un Ferrero Rocher de los que tanto me gustan. Y siempre, siempre tiene una sorpresa para mí. 

     

  • Empezaba por F y acababa por A.

    Recuerdo con cierto aire nostálgico la historia de un 3 de Abril, en algún lugar ni muy cerca ni muy lejos de aquí, a mitad de camino. Decía algo de un partido de fútbol, caras de cansancio y pequeñas aventuras... ¿Puede ser? O quizás hablaba de charlas en la ventana, al borde del vacío, de peleas por el baño y fotos en el espejo. Aunque mencionaba diferentes versiones, todas acababan enlazadas. Los dos adultos responsables se habían retirado allá por las nueve de la noche, tras un largo trayecto. Parte de lo que pasó después era previsible, la otra parte ni se la imaginaban...
    Acabó el partido y cada uno se retiró a su cuarto, aunque no por mucho tiempo. Lo que pasó después no sabría decirlo en orden, pero iba de detalles como más que amigos, relojes prestados casi a traición, gente escondida en armarios y debajo de la cama, toques en la puerta a las tres de la mañana... Esa parte me hizo reír, la verdad. 
    La protagonista mencionaba algo sobre las tecnologías, si mal no recuerdo de un grupo de WhatsApp a reventar, una videollamada con la 316, muchos audios y fotos en pijama.
    Las chicas se llevaran la 312, habitación para tres. Pero donde caben tres, caben seis. Siete quizás. Me había saltado una parte del capítulo, sólo quería llegar al final... No debí haber leído tan rápido. 
    22 de Noviembre. Escribo con el ruido de la tormenta y la cabeza en el cojín. Cómo ha cambiado todo, cómo hemos cambiado todos...

  • Donde todo empieza y todo acaba

    Fue una mañana de otoño. Un día nublado, de olor a humo y lluvia ligera.  Con las manos heladas y la misma gente de siempre. No importa si de octubre o noviembre. A día 28 o 7. Un viernes o un martes. Porque hay cosas que no cambian. Lo que importa está en un beso en la frente, en esa foto tan deseada, en medio de una pelea, o sentados en un banco. Y aquí ponemos más de una historia en juego. Puede que la ceniza en la cara tenga un atractivo hasta ahora pasado por alto, o quizás sea el cosquilleo del viento en el pelo...
    Los chicos ya lo estaban preparando todo, este año les tocaba a ellos. Y siempre con una sonrisa. Ellas, divinas. Hoy más que de costumbre. El aprecio que se guardaban era indiscutible, después de tantos años. Después de haberles echado un cable, decidí salir a ver el panorama. Y entonces me crucé con ellos, con los que había compartido más de diez años. Pero las cosas habían cambiado demasiado, ya ni siquiera me miraban a la cara. Sin darle importancia, me acerqué a donde todo había empezado un año atrás. A una simple e insignificante cuerda. Y cómo no, caí en la tentación. Fue entonces cuando me invadieron los recuerdos, sin poder ni querer evitarlo. Y es que hay ausencias que representan un verdadero triunfo, pero éste no era el caso. Me podía la curiosidad de saber que historias habían empezado esta vez, porque de las que habían acabado ya tenía la respuesta. Todo se resumía en eso. En historias duraderas, sin importancia, puede que intensas pero efímeras. Historias que son recordadas con una sonrisa o con ojos nublados, viendo una foto o leyendo esto. Sabiendo que el año que viene todo será diferente. Que este ha sido el último de muchos. Y que pase lo que pase, habrá valido la pena. 

     

  • BACK HOME...

    Y por fin vuelves. A invadir tu cuarto, a darle alegría a lo ratos libres, al té verde de las tres, y la tranquilidad. Otra vez con tu hermano pequeño, entre discusiones y complicidad. Con los libros de mamá perdidos por ahí y las comidas de papá oliendo por toda la casa. Con la tortuga igual de pacífica, el perro buscando jugar y el conejo royendo la jaula. Cómo odiabas ese ruidito mientras escuchabas música... Comiendo pipas rato sí rato también, descalza por casa y con la música alta. Despertarse con el paisaje de siempre, bailar por la casa y sentarse en la encimera. Habías olvidado lo bien que se sentía al estar con los vecinos de siempre, los abuelos al lado y tus primos pequeños llamándote desde su ventana. Parece que todo sigue igual, excepto porque hay un imán más en el horno, otro llavero en tu mochila y fotos nuevas en la corchera y la mesilla de noche. Todavía ruedan algunos peniques por los desniveles de la mesa y los pases de tren y avión siguen en el escritorio, debajo de cuadernos y apuntes. Ya era hora de ponerse al día. De madrugar, de aplicarse y de no dejar todo para la última semana. Pero no es tan fácil dejar de pensar en ellos cuando los tienes de fondo de pantalla y vuelven en cada canción... Marcas con fluorescente el día 9 en tu agenda, recuerdas que el lunes la Squad estará de vuelta y te dispones a seguir escribiendo capítulos. Hogar, dulce hogar. 

  • England in a dream

    ‌¿Cómo imaginárselo? 
    Sólo eran tres semanas. Nadie esperaba que todo empezara a las cinco y media de la mañana, en un aeropuerto, dando tu número de teléfono. Que la ventana del avión te contara la historia de un temprano amanecer, o que unas horas después estuvieras sentada en tu maleta, cantando con dos desconocidos en tierras inglesas. Y eso sólo era el principio.
    Llegaron las redes sociales y con ellas los que iban a convertirse en rutina. Con los que compartir tardes en el parque, alumbrados nada más que por la linterna de un móvil, haciendo fotos al atardecer. Y de ahí en adelante...
    Conoces a alguien con sus mismas iniciales pero una historia diferente. Llegan las fotos en la estación de tren, y el bus de las nueve en la planta de arriba, siempre en primera. Diez minutos discutiendo sobre dónde cenar para acabar siempre entre hamburguesas, burritos y pollo rebozado. Como no, que el amor ande de por medio. En grupos nuevos, discotecas y ferias. Con cafés, muchos cafés. Y aún más abrazos. Usar los buses para echar una cabezada, tomar el té charlando con una japonesa, leer un libro en italiano, superar uno de tus mayores miedos, llenar la galería de fotos descubriendo escondites. Cantando a la luna en la plaza, entrar al supermercado a por algo dulce para la noche, y volver a los parques dejando que se conviertan en un lugar para refugiarse. Que las quedadas sean terapia para un mal día, las canciones las que estrechen lazos y un idioma el que dé tema de conversación. Sentarse en un banco al lado del mar, o correr en la oscuridad de vuelta a casa. Todo esto para acabar cantando como artistas callejeros, con guitarra y micrófono en medio de la calle. Que los mejores amigos vuelvan de repente, y cuando no estén den paso a gente nueva. Con la que compartir un helado. Pasar las noches a cubierto de la lluvia, para llegar a casa empapados pero felices, y descubrir que la felicidad no te deja dormir. Que la orilla del mar sea el lugar perfecto para jugar con un balón, y subir a las alturas, donde el viento pelea. Que los raíles den tanto juego, que una tienda de antigüedades resulte hasta interesante, jugar a ser modelos por la ciudad, y acabar en unos recreativos intentando coger un peluche, entre máquinas y sonidos adictivos. Subirse a una roca y bajar corriendo una colina, no sin antes un respiro de aire fresco. Invadir las calles de sudaderas rojas, que un largo trayecto te deje una nueva amiga, y que cuando la suerte no esté contigo encuentres soluciones. No podían faltar las carreras para coger el bus a tiempo, que te pongan morritos, o que esa canción sea un círculo vicioso, que suena un 28 en otro móvil, igual que siempre. Pero ya no te importa. Porque al final, son los regalos para la vuelta a casa, el pasaporte, las lágrimas y las ruedas de una maleta las que ponen un punto final. O quizás unos puntos suspensivos...

  • Jugadas irreparables.

    Ojalá poder jugar con el tiempo. Decirle cuando puede tomarse un descanso y así regalarnos un ratito más de buenos momentos. O llamarle la atención cuando se entretiene demasiado, y no hacer tan larga una espera. Pero está claro que le gusta llevarnos la contraria, ya sea con o sin maldad. Sabe cómo y tiene el poder de quitarnos de las manos aquello que querríamos conservar, aún sin conocerlo bien. Lo tiene todo muy bien planeado y siempre está ahí. En ese momento de relax al aire libre dándole vueltas a la cabeza. En esa quedada que tantas ganas tenías de hacer. En ese descanso que siempre acababa estrechando lazos. En ese curso con desconocidos, que pronto dejarían de serlo... Al fin y al cabo, todas esa gente te acaba dejando. Y cada una se lleva consigo más o menos tiempo, ya sean días, semanas, meses o años. Se llevan nuevas experiencias, risas, lágrimas, enfados... Quizá incluso amor. Los que realmente hacen que el tiempo valga la pena son los recuerdos. Esos tan simples que tan dentro llevas, que te sacan una sonrisa años depués. Que te hacen dar gracias al tiempo. En definitiva, un círculo vicioso. Y cuando esas horas se acaban, hay quien se despide y quien no pierde su tiempo. Pero una cosa está clara. NUNCA SABES CUANDO SERÁ LA ÚLTIMA VEZ QUE VERÁS A ALGUIEN.

  • Lo diferente de algunas noches.

    Siempre lo mismo. Despertarse con una pesadilla que ni siquiera recuerdas del todo. Entre cuatro paredes negras, que se vuelven blancas al encender la luz. En un horario que no coincide, sin nadie que te ponga en situación. Sabes que no son horas pero no puedes volver a cama. No sabes cómo. Sobresaltado, enciendes la televisión en busca de algo interesante. Cinco minutos después ni siquiera prestas atención. Sales afuera con una canción inspiradora a todo volumen en tu móvil. No te importa que los vecinos la escuchen. Tampoco crees que lo hagan. Miras hacia arriba, a la negra inmensidad que te rodea. Al fondo, destacan miles de diminutas luces amarillas. Tan cerca de la ciudad y ni rastro de ruido. Empieza a llover y ni te das cuenta. Cuando lo haces es demasiado tarde, ya estás empapado. Pero no vuelves adentro. ¿Para qué? Si amas la lluvia y el invierno. Por unos segundos piensas en ella, pero no le das importancia. Cierras los ojos esperando una llamada, quizá sea hora de irse. Pero en lugar de eso, escuchas una voz muy cerca de ti. Tanto que dudas si es real o sólo está en tu cabeza. Y no estás seguro de si te da las gracias o te pide ayuda.