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Más vale tarde, que nunca.
- Por saramillor
- El 18/03/2018
Estos meses están dejando las pupilas bien dilatadas y brillantes. Todo está pasando demasiado rápido... Y yo estoy demasiado cansada para escribir nada ahora mismo.
La noche de ayer fue lo más parecido a volver al 24 de Febrero. A girar una maraca, en lugar de una vela. Envueltos en mantas y abrazos. Sin importar la hora, disfrutando de la compañía. Comiendo sin hambre y bebiendo sin sed. Dejando los móviles a un lado. Llorando con una canción al piano, sin esperarlo y sin quererlo, persiguiendo cada recuerdo que quiere escaparse de nuestra memoria. Pensando en qué pasará mañana sabiendo lo valioso que tenemos hoy. Ahí llegaron los videojuegos como vía de escape pasajera con la que retarse y desahogarse. Mientras tanto se revelaban las fotos de la Polaroid, capturando sonrisas, ojeras y rímel corrido. Pero ayer la protagonista, me da igual si un mes tarde, era ella. Ella era toda una princesa, con su banda y su corona.
No sé si la magia llegó en las partidas de ping pong o de baloncesto. Ni si fuimos él y yo charlando en el cenador. Puede que fueran los besos medio trucados, o los 10 minutos en una habitación. Quizá fueron ellos; los de la risa contagiosa, o ellas; las que cantaron dejándose la voz. Puede ser que ese punto muerto al que llegamos ayer fuera el resultado de sumar todas y cada una de nuestras partes, sin ser juzgadas ni rechazadas. Dejándose llevar por la música hasta altas horas de la madrugada, intentando adivinar palabras a través de la mímica y bebiendo cafés de máquina. Poco a poco el sueño nos fue llevando uno a uno sin esfuerzo, y de ahí en adelante sólo mi cabeza puede hacerse una idea de lo que pasó. Dos horas y media después volvía a verles las caras. Las miradas perdidas y las malas posturas. El mal humor del despertar, pero la misma sonrisa sincera de siempre. Y eso, de una forma u otra, lo tengo todo capturado. -
Una tarde de cine... o de fiesta?
- Por saramillor
- El 25/02/2018
- En SQUAD
Sábado, 24 de febrero. 17:15.
Como la última vez, ella y yo entrábamos juntas por aquel portal. Con un par de besos, una sonrisa y las manos llenas. Allí nos recibían siempre de la mejor manera, tan elegantes y amables, dispuestos a hacer bien las cosas.
Sin perder tiempo, los cuatro primeros en llegar nos pusimos manos a la obra. Platos, vasos, algo de beber y de comer, fotos, música... Y globos. No podían faltar los globos.
Seis menos veinte. Cinco de los trece buscábamos rápidamente el accesorio clave de la fiesta. Veinte minutos para hinchar todo aquello.
Seis menos cuarto. El protagonista estaba a punto de llegar, y nosotros éramos ocho en el mismo coche, cual hormigas.
Corrimos, inflamos, cortamos, repartimos y nos escondimos en cualquier parte. Justo a tiempo. La fiesta podía empezar.
Después de salir de nuestros escondites y gritar sorpresa, corrimos a abrazar al cumpleañero. Muchos mimos y una presentación repetida ochocientas veces. Ahora tocaba echar una partida al baloncesto, mientras yo capturaba todo detalle con mi cámara.
Regalos y tarta, soplando velas durante diez minutos, una y otra vez. Música a todo volumen sin vecinos molestos. Fotos y más fotos. Bocadillos de fuet y caras de poker. Una mesa llena de buen rollo, que dejaba paso a la noche.
Un círculo de miradas cómplices y manos cogidas. Que empiece el juego. Que gire la vela. Prueba o verdad. Si o no. Yo nunca.
Empezando por la reacción de una guindilla hasta un puñado de lágrimas, pasando por varias combinaciones de besos, llamadas inesperadas y secretos desvelados.
A partir de las ocho el frío ya era una excusa para juntarse. Sofá, manta y compañía. Sudaderas y chaquetas de otros. Móviles encima de la mesa. Que no deje de girar la vela. Que se levanten las manos, para confesar o para bailar. Que sigan las luces. Que siga la música. Que no se pierda el salseo. Pero sobre todo, que esta excusa para juntarse se recuerde siempre. -
Una historia atemporal (Carnaval '18)
- Por saramillor
- El 10/02/2018
Viernes, 9 de febrero de 2018. Perdón, de 1970...
Salía del café de la mañana en el Pink's para ir al instituto. Gafas de sol, vestido de volantes y una cinta a juego en el pelo para un día de fiesta.
Durante las primeras horas de la mañana habíamos estado decorando el gimnasio con globos y carteles de bienvenida. Bajaba a prepararme cuando recibí una llamada. La misión acababa de empezar.
En los vestuarios se respiraba olor a colonia y laca. Me puse los calcetines, los tacones y el pintalabios. Cuidadosamente, cepillé mi melena ahuecada, lisa y negra, y me corté el flequillo hasta dejarlo perfecto. Colorete por aquí, polvos por allá. Al lado tenía a un grupo de girl scouts, con sus bandas naranjas y sus insignias perfectamente alineadas. Llevaban una banda en en pelo similar a las que yo usaba a diario, qué curioso. Crucé una sonrisa con ellas y salí de allí.
Subiendo las escaleras con el sonido de mis tacones en cada peldaño, me crucé con dos chicos altos e imponentes. Nos conocíamos bien las caras. Intercambiamos una discreta señal, y pasamos de largo.
Juraría haberme cruzado con tres aliens justo después... Que va, imposible.
En el gimnasio ya esperaban sentados tres chicos vestidos de gala, con gorros de purpurina, corbata y tutús. Y a su lado, otra vez las scouts. Una de ellas, la más sonriente, hablando con... un plátano.
Les sonreí y me senté a su lado. Delante mía, una hippie con trencitas en el pelo y pantalones coloridos se sacaba fotos con un móvil de último modelo. Llevaba gafas redondas y los labios pintados de azul, muy llamativos.
Empezó a sonar música de fondo en el tocadiscos, y con ella el desfile. Animadoras, policías y ladrones, marineras, gatitas, monos, una jirafa pareja de un oso... De todo.
Los aliens se habían acercado a nosotros en varias ocasiones, y aunque no revelaban su identidad, estaba claro que sí eran reales.
Un ángel de grandes alas blancas también se pasó por allí acompañada de un demonio. Y he decir que se llevaban estupendamente...
Llegó la hora de los premios y todos nos llevamos alguno, lo cual celebramos con uno de nuestros últimos bailes.
Después de unos minutos de gloria entre halagos y aplausos, salimos. Fuera soplaba el viento, e incluso caían algunas gotas de lluvia. Hicimos una pequeña hoguera y dejamos arder al protagonista en aquel día. El frío condensaba el aliento en el aire y erizaba la piel. Aún así, las fotografías continuaban horas después.
Aquello llegaba a su fin cuando aparecieron de nuevo los dos chicos de traje y sombrero, con cara de pocos amigos. Cogí la pistola a uno de ellos y los tres posamos para la cámara, esquivando cualquier sospecha.
Después, volví a reunirme con el grupo. Todavía quedaba alguien por llegar, y yo sabía que ya estaba allí. Cuando apareció delante mía me saludó con dos besos, sin dejar su aire interesante y marcharse sin decir más. Había cambiado mucho. En realidad, todos lo habíamos hecho.
Pero sin duda, 1970 había sido mi año. -
Nuestras sonrisas
- Por saramillor
- El 04/01/2018
Dentro del cajón de recuerdos de la memoria están guardadas las sonrisas de todos vosotros. Son miles y miles, de todos los tipos. Sonrisas desganadas, exhaustas, resplandecientes. De esas que dijeron Gracias y Me alegro de volver a verte. De las que volvían a casa y soplaban las velas de una tarta de cumpleaños. Por la puerta de la mirada entran esas sonrisas alentadoras, casi infinitas, en tiempos de fatiga. Como en casa están las sencillas en las mañanas de lunes, las que sonríen al cielo y las que ríen sin parar, sin sentido. Con cariño especial se quedan las que sonrieron con brackets, las de oreja a oreja, las sonoras y en especial, las exageradas y las contagiosas. Las que volvían en sueños, las que recordaban a otra persona. Que confundían y paralizaban. Las regaladas al espejo, al público, a la cámara y a nosotros mismos. Las de mérito propio y las acompañadas de lágrimas y mejillas ruborizadas. En el rincón de pensar descansan esas de medio lado, las indecisas, las rebeldes y las acompañadas de guiños. Las que retaban, atravesaban y mataban. Las difíciles y las que tenían sed de venganza. Las falsas, las fingidas, las que decían todo sin una palabra. En sinfonía llegaban las de grupo, de cotilleos, secretos y ligues. Todas las calladas por mucho tiempo, y las que no se dejan ver a menudo. Las emocionadas, las nerviosas. Y sobre todo, las inaguantables, las explosivas. Todas aquellas que salieron a flote al jugar con el mar, montar en una atracción, estar en el aire, jugar con la noche en los parques... Las del Sí y de las promesas. Las de fin de año y año nuevo. Las de siempre, las de la magia. Las suyas.
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Adiós 2017...
- Por saramillor
- El 03/01/2018
Domingo, 31 de Diciembre de 2017.
Adiós a todo lo que se atravesó en mi camino, a izquierda y derecha, a todas las piedras que dejaron heridas, a las promesas que volaron en Diciembre. Adiós a las noches de tres lejos de casa, a las mañanas de bostezos y ojeras, y las tardes por calles desconocidas. Al "donde caben cuatro caben seis... y siete", y a eso de "Empecemos de cero". Adiós a Inglaterra y su historia sin terminar, a Francia y todo lo que se quedó en aquel autobús. Hasta siempre al verano que unió lazos sin palabras en un par de días, y que al día siguiente se lo llevó todo sin poder evitarlo. Adiós a los guapitos del FUCK YOU y a las chicas de unifome. A todos los relatos del '17, a los números 9, 21, 22 y 28. Adiós al chico del bus, al de la academia, al de los morritos y al camarero de aquel Starbucks. Adiós a la pelirroja de sonrisa bonita, a la compañera de avión, a la chica de Hollister y a la loca de las patatas fritas. A esas ciento noventa y cinco fotos, al profesor americano, al surfero de hace tres años, a la buddie, y al monitor lirón, desaliñado e insoportable. Al grupo que se encargó de los: No mames, Lamentable, Wolla!, Denigrante...Y al que añadía tres letras de más a cada palabra en WhatsApp. Pero sobre todo, adiós a 365 días de filosofía como vía de escape alternativa. Feliz año nuevo. -
A paso lento
- Por saramillor
- El 29/12/2017
Está bien. Por hoy he terminado mi etapa de frustrante lucha con los números, de ver mi serie y de leer un libro emocionante. Ahora me toca escribir, y reflexionar un poco.
Estos últimos días de vacaciones he estado pensando mucho, como de costumbre. Entre otras cosas, en cómo mi playlist aleatoria ahora está formada por canciones seleccionadas, de distintos autores y ritmos. Lo que todas tienen en común, es que transcurren despacio. Al compás. Sin prisa. Y esto es algo que no suelo tener en cuenta en el día a día, en parte porque las personas que me rodean de alguna manera me impiden hacerlo.
Todo va más o menos según lo previsto hasta que un día te das cuenta de que el maldito té verde de las tres podría durar media horita más, que no quieres acabarte la segunda temporada de tu serie favorita al día siguiente de haberse estrenado, que las páginas de ese libro merecen ser leídas con calma y descansos, o que esa notita quedará mejor con buena caligrafía y algo de color. Que los bombones se saborean mejor a trocitos, y que lo más bonito de las películas no está en el final, sino en cómo empezó todo. Es la necesidad de ir a paso lento la que nos hace apreciar los pequeños placeres, y sé que es un gran tópico, de nuestra impredecible, sencilla, y por momentos, emocionante vida. -
Por la ira y todos sus sinónimos.
- Por saramillor
- El 29/12/2017
He leído muchos relatos sobre tópicos como el amor, el miedo, la soledad, las metas... Pero ninguno, o casi ninguno, sobre rabia, enfado, ira, cólera, furia... O como quieras llamarle.
Al igual que el resto de sentimientos, la rabia también se pasa a visitarnos alguna vez. Por la calle, en el centro comercial, a través del móvil o mismo en casa. Ese "sentimiento de enfado muy grande y violento" que nos impulsa a apretar los puños, coger lo primero que encontremos y lanzarlo, apretarlo o pegarle con fuerza. Eso que lleva a romper fotos, deformar cojines, destrozar hojas, hacer correr el rímel o escribir mensajes hirientes sin pensar, deseando tener un buen saco de boxeo con el que saldar cuentas. Desde luego, no está bien visto llevar ese tipo de conducta. Pero qué necesaria es... Esa sensación de tirarse al vacío, dejarse arrastrar por el viento o mojarse a la lluvia para sentir el golpe. Si no que se lo pregunten a Hache, cuando llegó el invierno. O a Amaia, cuando quemó su vestido de novia. O a Francisco, cada vez que Alba le rechazaba. A todos esos que vemos en la pantalla, que nos enseñan una alternativa para los momentos más amargos. Sin hacer daño a nadie. Sin pedir nada a cambio. Sólo un momento en blanco. Ella y tú a solas. Por la ira y todos sus sinónimos, que tantas veces han hecho brillar la llama en nuestras pupilas. -
Un juego sin condiciones
- Por saramillor
- El 26/12/2017
Para cualquier otra persona hubiera pasado completamente desapercibido, pero no para mí. Allí, al fondo de aquella abarrotada cafetería, escondido detrás de un libro.
Eran las ocho de la tarde del día de Nochebuena, y el barullo del local apenas permitía distinguir la música que sonaba de fondo. Hacía meses que no le veía, después de aquella pelea. Dudé dos segundos, pedí un refresco y decidí acercarme.
Cuanto más avanzaba, más evidente era su gesto de desaprobación. Llevaba un gorro de lana del que salía alguna que otra melena y unas gafas grandes de borde dorado. Sin apenas gesticular, me hizo una seña con los ojos para que me sentara. Pero no lo hice. En su lugar, le invité a salir de allí. Los dos sabíamos que era la única forma de poder hablar, o por lo menos, de estar tranquilos.
Fuera soplaba el viento y había empezado a lloviznar. Me miraba con más odio que cualquier otra vez. Hubiera podido gritarle todo lo que aquel día me había guardado, pero no quise hacerlo. Quería verle empezar, adivinar qué tanto había cambiado, como decían, para convertirse en un misterio a los ojos de todos.
En varias ocasiones había dejado sus ojos a la luz, brillantes, llorosos. Sabía cómo jugar a nuestro juego, cómo mover las fichas para hacerme sentir culpable. Sin embargo, no puede ocultar que me necesita si quiere ganar, y que por ello todavía le impongo respeto.
Entiendo que no pueda hablarme de amor con claridad, aunque no tendría mayor importancia si lo hiciera, pues conoce casi a la perfección mis sentimientos y sabe que cualquier cosa al margen de la partida me trae sin cuidado.