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  • Me, myself and I.

    SARA. Sólo cuatro letras. Corto y simple, pero bonito. En hebreo significa "princesa", pero de eso tengo poco. Nací en mi mes favorito del año, a día dieciseis. Trece años después, encontré por casualidad a otra versión de mi, a un hermano de distinta madre. Solo me queda un amigo de los de siempre, que catorce años después es de lo peor que podría perder. Tengo unos pensamientos infinitos y una imaginación desmedida. Yo no pertenezco a ningún sitio, mi corazón sí. En el viaje a Francia se rompió el primer cachito, y desde ahí voy dejando un poquito de mi en cada sitio que piso. Veo ese algo en todas y cada una de las personas que se me ponen delante. Soy como whiskey en una taza de té,  y a veces echo a gente de mi vida sin dar mayor explicación. Tengo suficiente sangre fría y poca verguenza para decir "No" a la cara una, dos y tres veces si hace falta. Lo se, todavía quedan matices que perfeccionar... Estoy trabajando en ello. Heredé el carácter y la fuerza de mi padre. En América me obsesioné con el gimnasio y las pesas, todos los miércoles y domingos durante ocho o nueve meses. No había mejor manera de hacer callar al mundo. Debajo de mi cama no se si habrá algún monstruo, pero sí hay un cajón lleno de recuerdos. Le tengo mucho miedo al olvido, por eso llené un bote con lo mejor de cada día durante más de dos años. Sin saltarme ni uno sólo. Porque creo en el valor de las cosas insignificantes y en la importancia de los detalles. Es relativamente fácil dejarme sin aliento y Lidia lo sabe. A veces, me fatigo solo con subir las escaleras y necesito inhalar 500 microgramos de sulfato de terbutalina para poder respirar, por esa razón atletismo fue uno de los mayores retos a los que me enfrenté. Las dos medallas por el relevo de una milla y la carrera de dos millas demostraron con creces el lema de que "si se quiere, se puede". Me llevo la sonrisa a todas partes, y si la pierdo no tardo mucho en recuperarla. No puedo evitarlo, incluso en las peores situaciones. El amor propio va antes que cualquier otro. Hablo bastante, mucho, quizás demasiado...Siempre encuentro algo que decir. Ojalá poder pasarme la vida leyendo y viendo películas en versión original, aunque ir a clase tampoco está tan mal. De hecho, siempre me gustó mucho. El verano acababa conmigo, y el primer día de clase, por muy raro que suene, era de los más esperados del año. En la lluvia, el viento y la niebla está mi inspiración. Le hago fotos de imprevisto a mis amigos constanmente por miedo a que un día nos olvidemos de esos días. No tengo miedo a dejarlo todo y marcharme lejos, de hecho, vivir en Estados Unidos me cambió la vida. Tampoco de cambiar de amistades y conocer gente nueva. Cuanta más, mejor. Hacer amigos no suele ser un problema. Hay gestos que hablan un idioma universal, que se entienden aquí o al otro lado del mundo. Escucho muchísima música diferente y repito algunas canciones en bucle hasta que me aprendo la letra de principio a fin. Últimamente, paso el tiempo hablando sola y dejando amigos por el mundo adelante. No me gustan las matemáticas, ni dibujar, ni la playa. Prefiero el arte, escribir, y la pista de atletismo. Tiempo pasado con mi hermano, es tiempo de risas infinitas. Coleccioné vasos de Starbucks durante mucho tiempo, cada uno con un nombre falso distinto. El té, mejor de frambuesa y con tres cucharadas de azúcar. Me encanta disfrazarme y actuar, llevo el drama en las venas. Pero a veces se me escapa y... Me ilusiono con una palabra, un gesto o un mensaje. Me gusta mirar arriba por las noches y hablarle al otro lado del atlántico, porque allí dejé una familia. Escribí una serie de relatos sobre el viaje de fin de curso a Italia porque fue un viaje digno de ser recordado con detalle. La gente suele destacar mi madurez, pero ese mérito es todo de mis padres. Todos mis relatos, sin excepción, esconden alguna pista y van inspirados en alguien. Sin inspiración no habría historia. Y sin historia, no estaríamos aquí.

  • ¿Cómo se vive esto?

    VIDA: Propiedad o cualidad esencial de los animales y las plantas, por la cual evolucionan, se adaptan al medio, se desarrollan y se reproducen. 
    Nuestra existencia no puede ser reducida a cuatro fases, no puede tan simple. De hecho no vendría mal un manual de instrucciones, pero si lo hay debe de estar en chino. 12 meses repetidos en bucle idefinidas veces, y ni uno sólo igual que el anterior. Sin darnos cuenta, vivimos atados a un reloj, a una cuenta atrás, con la incertidumbre de no saber cuanto tiempo nos queda. Eso sí, hasta que el cronómetro llegue a cero tenemos el deber de disfrutar del regalo que tenemos delante, porque en cualquier momento se nos puede escapar de las manos y salir volando. Y como un globo en el aire, nunca podremos recuperarla. La vida es un bien que no nos pertenece ni nunca lo hará, repleto de almas vulnerables que van, vienen, vuelven y se marchan. De la misma forma que nosotros no pertenecemos a nadie, ellas tampoco nos pertenecen. En sus manos está compartir su vida. Sus momentos, sus risas y sus lágrimas. Hacernos compañía, contarnos sus secretos. En soledad o en compañía, la vida son atardeceres en medio del océano con sabor a sal en los labios. Noches al aire libre viendo estrellas. Tardes de tormenta con un libro y un café. Una recopilación de recuerdos de lo bonito que fué. Una y mil oportunidades que aprovechar. Como salidas de una canción de Khalid, nuestras vidas son una montaña rusa. De las grandes, intensas, que hacen que el corazón se te salga del pecho y te dejan sin aliento. Venimos con un billete comprado sin viaje de vuelta, pero nosotros decidimos si subir. Si otros pudieron, ¿por qué nosotros no? Primer riesgo que estamos dispuestos a correr. Aprendemos, exploramos, hacemos alguna travesura sin maldad que se arregla con pedir perdón. Nos pasamos el día con una sonrisa en la cara. Lo vemos todo claro hasta que llegan los sentimientos para nublarlo todo. Cuanto más subimos, más queremos, más nos encariñamos, más cerca estamos de tocar el cielo. Ya casi lo podemos tocar con la yema de los dedos. Y entonces... caemos en picado. El camino está lleno de piedras que nos dejan heridas, algunas que dejan cicatrices. La niebla a veces es tan espesa que parece haber llegado el final, un túnel sin luz, un laberinto sin salida. A veces falta el amor propio, la autoestima, la salud, el bienestar personal, el dinero. Pero todos estamos aquí por una razón, con un propósito y muchas metas, y rendirse no es una opción hasta que lo consigamos. Levantarse cada mañana en tu casa es una suerte, poder vivir es una suerte. Ojalá consigamos entender lo afortunados que somos y llevar puesta una sonrisa cada día. Y que si nos salen arrugas, que sea de reírnos tanto.

     

  • Sólo uno más

    Un día más es un día menos, y eso es lo que nos queda de verano. Un verano esperado y disfrutado. Un verano diferente al resto porque veranos no hay dos iguales.

    De tres meses que se nos escurrieron de las manos nos quedaremos con decenas de Polaroids, vestidos de blanco en fiestas ibicencas, quedadas por la noche en la piscina, fines de semana saliendo cuatro días non-stop, durmiendo un máximo de cinco horas diarias en una tienda de campaña, porque tiempo a descansar ya tendremos de muertos. Escuchando el ruido de las hojas y el viento en el techo, las risas frente a frente compartiendo auriculares. Confesiones de nuestra versión más sincera a las seis de la mañana. Vacaciones familiares al margen de todo por unos días. Cumpleaños en casas que parecen embrujadas, explorando cada rincón entre telas de araña y cartas en cursiva del 53. Seis horas esperando por Leiva valieron la pena cuando nos dejamos la garganta cantando sus clásicos con la piel de gallina. Pasando de cama en cama porque donde caben dos, caben tres. Y cuatro, incluso cinco si hace falta. Tardes de playa con el viento soplando fuerte y la arena en la cara. Romances, si es que se les puede llamar así, que lo mismo duran meses como dos días contados. Comidas y cenas improvisadas pero a lo grande, o de bienvenida, o sorpresa por un cumpleaños. Con piscina y ping pong. Amistades nuevas, perdidas y fortalecidas. Extranjeras que vuelven a casa un año después. Periodos de hundirse en silencio, sentirse fuera de lugar, conseguir readaptarse y empezar a disfrutar. No sé si es el calor, la salitre, las líneas del moreno, los atardeceres lentos, los destellos en la pupila, las tardes eternas o las noches en la terraza, pero de junio a agosto somos la mejor versión de nosotros. En mayor o menor medida, hoy llega la nostalgia, la incertidumbre, los nervios, las ganas, el miedo… Pero la vida son etapas, e igual que todo lo bueno se acaba, lo malo también. Así que por última vez antes de dormirnos, vamos a mirar hacia arriba y exhalar un profundo suspiro, sabiendo que nos espera un curso duro pero con esperanzas de que todo esfuerzo tenga su recompensa. A por todas.

  • En el cajón debajo de la cama

    Eran las seis de la tarde de una tarde de verano y me encontraba sentada en la alfombra de mi habitación, dejando fluir música aleatoria en el móvil. La música alta silenciaba los pensamientos. Mi creatividad buscaba desesperadamente algo en lo que invertir el tiempo, y mi madre no dejaba de recordarme que debería hacer limpieza en los cajones de mi habitación, y tirar todos esos papeles “que lo único que hacen es coger polvo”. Entonces, casi de un impulso, abrí uno de los cuatro cajones de debajo de mi cama. Aquel no era sólo un mueble más en mi habitación. Toda persona ajena debía mantenerse alejada para evitar cualquier tentación de husmear en las memorias de casi toda una corta, pero intensa, vida. Cada vez que me mandaban tirar con todo, respondía: “Quizás estos sean los primeros indicios del Síndrome de Diógenes, porque lo que ahí se esconde no irá a ninguna parte.” Sin pensármelo dos veces, esparcí en la alfombra esos recuerdos tan preciados. Recibos de tiendas, billetes de avión, recortes de frases borrosas por el tiempo, fotografías del 2014, entradas a museos, mapas de ciudades con rutas trazadas, diplomas, cartas de despedida. Al tiempo que yo observaba, mi mente viajaba de un instante a otro, obligándose a sí misma a recordar. Vidriosos se volvieron mis ojos al leer un papel arrugado que sobresalía de una carpeta. “Tarde o temprano, te darás cuenta de que tienes mucho que dejar atrás”. No le faltaba razón, y es que ni siquiera podía recordar quien había escrito aquello en letra cursiva. Miles de detalles se difuminaban en mi retina, miles piezas que hacían el puzle de los recuerdos imposible de terminar. Y la única forma de poder volver a ellos era guardando todos esos papeles insignificantes, ayudada de una más que buena, inteligente memoria, muchas imágenes y la cronología que la tecnología podía aportarme. De la misma manera que temía ser olvidada, yo no podía permitirme olvidar. Los recuerdos nos hacen quienes somos, así que “perdona a mi mente adolescente”.

  • El día en el que todo hace Click.

    31 de julio 2018. 16:00.
    Estaba desesperada, necesitaba irme ya. Ni quería ni podía alargarlo más. Aquella mañana ya había llorado al teléfono con mi madre, y es que aquel dia cada quien tuvo la despedida que quiso si es que la tuvo. Mis 6 cartas estaban redactadas y listas para enviar. De esa manera no quedaban palabras sueltas y podía irme en paz, hacer click y dejar todo de lado. Pst, qué bien suena eso. 7300km que me separarían de mi vida, una vida que aunque amaba probablemente no echaría de menos. Y esa era una historia que nadie se creía. Porque claro que es triste echar de menos, pero qué pasa cuando resulta que no extrañas aquello que parecía imposible evadir? Y quien va a entenderte cuando expliques eso si creen en su derecho de ser añorados. Como les explicas que tus únicos e inigualables pueden tomarse un descanso de unos meses sin que eso cambie nada?...
    Hace dos meses mi pasaporte me llevó muy lejos, tanto que no me dejó a nadie como compañero. Yo sería eso para mi misma, yo me cuidaría y me haría feliz. Yo me encontraría con distintos caminos y seguiría aquel que mi instinto me dictase. El mismo instinto que me dejaría mirar atrás hasta darme cuenta de que sólo quiero mirar al frente. Que en el día de hoy solo necesito a quien tengo al lado, sin importar cuanto tiempo hayamos compartido. Porque sabe que el término adaptación depende única y exclusivamente de mí. 
    Definitivamente no entiendo de culturas y creencias erróneas, de costumbres extrañas y sin sentido. Aprendí que todo es diferente y por eso todo es único. Que cada persona contagia una felicidad distinta a todas las demás, que no hay dos personas que te hagan sentir igual.
    Al otro lado del charco, cuando tus mañanas son sus tardes y tus tardes son sus noches, te das cuenta de quien verdaderamente quiere seguir y quien verdaderamente necesitaba un descanso. Y sí, descubres que no sólo son las cosas materiales las que aburren. Y supongo que eso estará bien, porque deja paso a lo desconocido y aquí eso aquí significa todo... Por eso la única verdad en la que creo ahora es en que al final lo que dejas en los demás es como les hiciste sentir, y tengo la certeza de que no hay factor que cambie eso. No esperéis leer pronto unas líneas escritas por mi.

  • Una temprana y amarga despedida.

    Viernes, 13 de Julio.
    A las seis y media en su casa. Para ver su serie. Para estar en la piscina... Sonaba a planazo, por eso no dudé en apuntarme. En realidad, hubiera dicho que sí a cualquier cosa, parándome un segundo a pensar en el poco tiempo que me queda por aquí. El caso es que todo empieza con un sí.
    No hacía ni tres días que habíamos quedado para comer juntos y pasar una tarde increíble, de esas a las que sólo le falta el amor de verano. O ni eso, porque mi amor de verano ya eran ellos, en conjunto. Por eso acepté sin pensármelo, porque todo tiempo con ellos me parece poco.
    Antes de salir de casa me aseguré de que llevaba todas mis cosas. Bañador, toalla, móvil y algunas cosas para devolverles. Todo listo? Sí, mamá. Vamos que ya llego tarde. Por el camino ya me llegaban mensajes para saber dónde estaba y cuánto iba a tardar. Para mi sorpresa, cuando por fin llegué estaban las tres chicas puerta afuera, esperándome sonrientes. Halagos al conjunto que había elegido, para mi gusto demasiado elegante cuando sólo íbamos a bañarnos y ver la tele. Unos minutos después, el portal se abría delante nuestra y el anfitrión nos saludaba con dos besos. Como no, cada entrada a esa casa era al lado de mi mejor amiga, así como tradición particular.
    No me preguntéis en qué pensé en aquel momento, cuando a mi llegada un grupo de trece personas aparecía corriendo para saludarme y abrazarme. Porque hay cosas inesperadas, y luego está esto. Una fiesta de despedida para mí y mi compañera de aventura. Ninguna de las dos tuvo una reacción exagerada, y no precisamente porque no nos sorprendiera o no estuviéramos emocionadas. Todo lo contrario, una vez más conseguían llevarlo todo en silencio y dejarnos sin palabras.
    Después de ir uno por uno a darles un beso, aún sin salir de mi asombro, me enseñaron la segunda sorpresa del plan. Colgando de los árboles, montones de fotos en color de tantos momentos que vivimos juntos. Precioso. Detrás de ella voy observándolas una por una con detenimiento. Mi cabeza se pierde por el camino volviendo a todos esos sitios. Pisa con Lidia, la tarde de graduación con Nacho, Francia con Pedro, en el barco con Abel, tantas otras veces con Sara, Area y las chicas...
    Unos minutos para sentarse a beber y comer algo, mientras revivíamos nuestro último viaje con el título de "La Nostra Famiglia". Sin duda, habíamos hecho un gran trabajo fotográfico, captando la gran mayoría de los momentos irrepetibles. Con suficiente melancolía acumulada, tocaba liberar tensiones en la piscina, acabando congelados. Fueron un par de horas de fotos bajo el agua, luces de colores, hinchables y saltos descontrolados que acabaron por dejarnos agotados. Para reponer fuerzas teníamos hamburguesas y buena compañía. Para entrar en calor, sudaderas verdes y abrazos. Más que suficiente.
    Se hace de noche... Otro chapuzón? Por qué no! Mientras sonaba el disco de Cepeda de fondo cantado en acústico por Marina, algunos nos tomábamos un tiempo para pensar en la tumbona y otros volvían a la acción. El agua salpicaba por todas partes y ondeaba constantemente mientras los focos cambiaban de color. Once, once y media, doce, doce y media...
    Como siempre en este tipo de fiestas, por algún motivo que desconozco pero me gusta no entender, llegábamos al punto muerto. Donde cada vez los sofás se van llenando hasta acabar todos en círculo, sin importar a quien estés abrazado. En el sitio donde se dijeron tantas verdades y donde nunca se esconden los sentimientos. Uno detrás de otro, fuimos cayendo sin poder evitarlo. Cuando nos paramos a pensar y tenemos a alguien al lado es un poco más fácil. Y llorar ahí nunca significa apagar la fiesta ni nada parecido. Simplemente es decirlo, o pensarlo, sin palabras. Cuando te escribe una dedicatoria en el reverso de la foto, sólo lo piensas mientras le abrazas. A mitad de la noche, cuando lees con detenimiento, lo dices sin palabras.
    Llegaba la una de la mañana, y tocaba despedirse de una de las personas que no seguirían con el plan. Un abrazo sin prisas, sin hablar ni pensar. Disfrutando de su compañía por última vez hasta quién sabe cuándo. Decirle que no vaya a llorar para evitar entrar en bucle e irse dejando el drama a un lado.
    Tercera sorpresa del día: Esa noche no se dormía. Salimos al frío para cambiar de casa y lo más rápido posible me puse el pijama y me abrigué entre mantas y almohadas. Aunque fui la única, parecía que no había llegado de agua por hoy. Mientras ya resfriada cantaba al ritmo de madrugada del Just Dance, fuera se escuchaban los gritos y el ruido del agua batiendo contra el bordillo. Los perros querían mimos y yo necesitaba entrar en calor.
    Una vez acomodados entre colchones y sofás, manteníamos el ambiente con Mamma Mia y sus míticos protagonistas. Antes o después, se iba perdiendo la noción del tiempo. Puedo contarlo porque yo seguía despierta a saber a qué hora de la madrugada, viendo una peli de miedo y vacilando con los pocos que aún seguían como yo. Se que después de acabar una, empezó otra peor que la anterior, que varias alarmas sonaron a deshora y que la luz del día iluminó el salón demasiado temprano. Ahí fue cuando logré conciliar el sueño hasta la hora de desayunar. Un zumo de pomelo, canciones lentas en Youtube y el llanto que el día anterior me había dejado atrás pusieron fin a mi fiesta de despedida. 
    Gracias una vez más...

  • Aún nos queda historia por contar... (Graduados!)

    Lunes, 25 de Junio. 12:00.
    Pantalón vaquero corto, nuestra camiseta y tenis blancos. Llegábamos al escenario dispuestos a sacar lo mejor de nuestra actuación, a pesar de la falta de algunos ensayos más.  Pero más tiempo no habíamos tenido, y sí que es verdad que a veces preferimos cantar nuestras canciones favoritas, girar en círculos sin sentido a hombros de alguien y jugar con balones sin controlar la fuerza. De ahí que hubiera días que la cosa acabara siendo un caos. Mejores o peores, fueron lunes al mediodía que unieron vínculos, porque es bailar mirando a tu pareja a los ojos, y sin tener ni idea salieron pasos de película. Hubo momentos de desorden y giros desviados, pero tambíen de secuencias en perfecta coordinación, en la piel de bailarines profesionales, hasta con gorras y coletas altas. Por todo esto ya teníamos suficiente para estar satisfechos. Pero ahora tocaba mostrárselo al público.
    Para probar los micrófonos, un dúo apenas ensayado que al final se quedó en nada, pero era bonito volver a cantar con ella después de años. Un auditorio todavía vacío con dos presentadoras conjuntadas, un Dj desde el fondo probando la música y la iluminación y un grupo de músicos con sus instrumentos completaban nuestra escena. Unos minutos ajustando posiciones y cinco o seis ensayos completos antes de ir a comer. Todavía quedaban dos horas para el evento y el camerino quedaba hecho un caos de ropa, maquillaje y fundas que guardaban nuestros conjuntos de gala. Una hora escasa después, estaba de vuelta. Todos en ropa de baile, arreglándose rápidamente la cara y el pelo. Fuera, en los asientos, dos de nuestros compañeros ya en traje. Verle tan elegante, tan bien peinado y oliendo igual de bien que siempre me causó una profunda sensación de admiración, de saber que compartimos días, semanas, meses y años con gente tan bonita. Sin duda por fuera, pero sobre todo por dentro. Bajé un momento a saludarle, y rápidamente volví a mi puesto. 
    La puerta del auditorio se abría y nuestras familias y conocidos empezaban a tomar asiento. Al otro lado de la cortina risas nerviosas, murmullos de fondo y sobre todo, muchos nervios. Las chicas de amarillo y naranja nos presentaban, y se abría el telón. Sonaban Shakira, Prince Royce y Marc Anthony y bajaban las luces. Siete parejas bailaban a ritmo de salsa y bachata más pendientes del público que de sus propios pasos. Entre giro y giro, cambio repentino a Bruno Mars y entrada en escena del resto. Parpadeaban las luces y lo dábamos todo con Panda. Un último movimiento que a cada quien le salía diferente y un cambio más a High School Musical, con abrazo de grupo como final triunfal. No se si brillaríamos más o menos, pero haberlo hecho ya había sido suficiente para nosotros. Ahora tocaba brillar a nuestra manera.
    Después de la primera diapositiva de cuando éramos unos enanos corrimos a cambiarnos. Diez minutos para los últimos retoques, la pajarita, el vestido, los tacones y el tupé. Mirándonos al espejo los unos a los otros, nadie se quedaba atrás. La sensación se repetía. Detrás de aquellos conjuntos había mucho, que habíamos llegado a conocer y que no habíamos tenido tiempo. Con el brillo en los ojos volvíamos a nuestros asientos para disfrutar de nuestro momento. Escuchar dos piezas de xilófono, emocionarnos con la inconfundible canción al piano de Carla, escuchar nuestro punto de vista desde mi relato para la ocasión y recordar viejos momentos con muchas más fotos. Por suerte, eso fue algo que nos acompañó siempre a lo largo del camino. Unas palabras de agradecimiento y buenos deseos por parte de las personas que más nos enseñaron en nuestro viaje, y regalos como una forma de devolverles el favor. Emocionados pero no tanto como esperábamos. Y es que quizás ganaba la felicidad de haberlo vivido a la tristeza de haberlo acabado.
    Uno por uno, subíamos a recoger nuestro diploma y nuestra orla, como símbolo de la etapa que aquella tarde dábamos por terminada. Una vez que estábamos todos en el escenario, volvimos a abrazarnos, uno por uno, en pareja, en grupo, sin pensar con quien más y con quien menos. La familia éramos todos. Pero nada es definitivo. Nos despedimos de las familias del resto y de los profesores, sobre todo de los que habían hecho el esfuerzo de volver a vernos.
    Antes de vernos todos en la cena, parte del grupo quedábamos en casa de Carla para bañarnos en la piscina, hacer fotos, merendar algo y hacer tiempo juntos.
    A las nueve entrábamos por el restaurante juntas ella y yo, como no podía ser de otra manera. La mayoría ya esperaba, comiendo y cantando. Probamos un bocado, algo de beber y nos sumamos a la fiesta. En cuanto pude, cogí la cámara y empecé a disparar con y sin flash a todo el que pasaba por delante. Aquella noche puedo decir que quité fotos al amor de verdad, a los mejores amigos y a sonrisas que brillaban aún más que algunas pupilas.
    A las dos de la mañana, cuando ya todos habíamos tenido el momento que nos correspondía de hace tiempo, decía adiós consciente de que no volvería a ver a más de la mitad de ellos en mucho tiempo. Por ello no pude evitar derramar alguna que otra lágrima, y salí de allí sin pensarlo dos veces.
    Nunca os daré suficientemente las gracias por haber sido mis compañeros en este viaje... Hasta la próxima parada, familia. 

  • LA NOSTRA FAMIGLIA VIII. PER SEMPRE. (La Toscana 2018)

    Miércoles, 20 de Junio. 
    Desde primera hora de la mañana se sentía el aire nostálgico por los pasillos del hotel. Esta vez, cargar con el equipaje era definitivo: Volvíamos a casa. Dejábamos Italia y detrás innumerables vivencias. La situación fácilmente recuerda a la canción de Amaral: Donde empieza y donde acabará, el destino que nos une y que nos separará?
    No hubo momento del trayecto en el que no pensara en todo lo que hemos vivido. Ya la noche anterior en la 307 había terminado por emocionarme. Te tiras en cama con la mirada al techo, delante tuya una maleta lista para facturar y la ropa del día siguiente ya preparada. Las fotos siguen en la galería, las chicas y Juan al lado y los billetes y el DNI encima de la mesa. Todo indicaba lo que yo todavía no quería aceptar. 
    Al llegar al aeropuerto, después de desayunar a correr y en cualquier lado, nos poníamos a la cola. Pero antes de irnos, nos esperaba una sorpresa. El mejor regalo que podíamos haber recibido. Porque el dibujo de la torre de Pisa nunca estará completo si falta alguno de nosotros. Sus palabras escritas a tinta corrida por el papel fueron lo más emotivo que leí nunca. Palabras poderosas, llenas de sentimiento. Mensajes grabados para siempre. La huella que dejamos en la piel de cada uno. El origen de la frase LA NOSTRA FAMIGLIA.
    Uno por uno fueron llamándonos por nombre y apellido para darnos la postal y nuestra camiseta de Firenze, cada una con su estrella. De La Toscana, Roma o Florencia. No aguantamos ni cinco minutos... Como ya dije una vez, la mitad del grupo pasó la puerta de embarque sin rumbo fijo ni cabeza. Y me repito porque fue muy real. Gente que nunca antes había mostrado sus sentimientos en público. También quien se contuvo hasta el final y quien lo dejó salir todo. Llegamos a un punto en que no sabías a quien consolar. Dabas un abrazo de tres, otro a las compañeras de siempre, una caricia en la espalda a quien fuera que tenías al lado, un beso en el hombro... Ya con el viento de frente, justo antes de subir al avión, una foto con los ojos llorosos. Y ya en tu asiento, mirabas por la ventana y volvías a caer. Y durante el viaje puede que te distrajeras con el de al lado, pero mejor no abrir la galería. Y al llegar al aeropuerto solo pensabas mientras esperabas para coger tu maleta. Y de vuelta en casa, cuando te quedas sola, no sabes ni qué sientes. Por suerte, sales del bucle. O por lo menos eso crees. Pasan un par de días y ya repartiste todos los souvenirs a la familia. Ves que tus compañeros empiezan a disfrutar del verano, y tú también. Piensas que igual en ningún momento fue un bucle. Que todo fue un drama... Pero entonces llega el lunes, y pisas ese sitio por última vez. Te reencuentras con todos los profes pero te sientes como de visita. Ellos mismos te ven como alguien que vuelve a un sitio de donde ya se fue. Coges tus resultados, más o menos satisfecho, y escuchas los comentarios de la tutora. Acaba de repartir folletos y vas a despedirte de ella. Y no puedes contenerte porque te habla al oído mientras te abraza fuerte. Entonces decides salir de allí, porque te recuerdas que no es un bucle ni quieres hacer de ello un drama. Firmas un último regalo sin dedicatoria, y levantas la vista. Tú estás en la entrada de la biblioteca, y él vuelve a estar ahí. Como no podía ser de otra forma. Sabías que iba a volver, y que no dejarías ese sitio sin darle un abrazo. Aunque fuera el último en mucho tiempo. Y así es. Bajas las escaleras todavía con los ojos llorosos y disimuladamente le buscas con la mirada, hasta que es él quien decide acercarse. Y se reduce un poco el aire entre los dos, abrazados con fuerza. Habías esperado mucho tiempo por una sensación así de reconfortante. Ya te puedes ir tranquila, y sobre todo, satisfecha. 
    Dejamos muchas cosas atrás que nos han hecho felices de verdad, esperando encontrar otras muchas allá donde vayamos, donde nos lleve la vida. Y si todo esto os parece un drama, pues por lo menos será nuestro drama. El maravilloso drama de dejar el instituto.